Facilidad y suavidad del examen diario de conciencia

Este examen no es ninguna requisitoria de fallas y pecados de los cuales Dios te quiera acusar y reprender. Mas bien al contrario, es la hora en que Él te espera, para manifestarse más amable que nunca, como un Padre que te ama, un Amigo que te ayuda, como un Enamorado que te espera.

BIBLIOTECA EVANGÉLICA DE LA INFANCIA ESPIRITUAL

FACILIDAD Y SUAVIDAD DEL EXAMEN DIARIO DE CONCIENCIA

EUDALDO SERRA BUIXÓ, Pbro. (Obra póstuma)

EDITORIAL BALMES

 

Facilidad y suavidad del examen diario de conciencia

Sólo con leer este título, se sorprenderán muchas almas devotas que están exasperadas por no poder conseguir su intento; precisamente ahí está su martirio: en el examen diario de conciencia.
La culpa es de ellas, mejor dicho, la causa, puesto que propiamente no hay culpa cuando se va equivocado sin saberlo; y tales almas andan equivocadas sobre los dos puntos esenciales del examen diario, que son: Los sentimientos de Dios en este acto. El daño de nuestras faltas.
El presente librito va destinado a hacerles ver que entonces es cuando Nuestro Señor está más amoroso que nunca con nosotros, y que las faltas, con la práctica del examen, nos procuran un gran bien y nos dan ocasión de practicar muchos actos de virtud sinceros y verdaderos.

I.- Los sentimientos de Dios para con nosotros

La primera y más fundamental equivocación en la práctica del examen es imaginarnos que Dios está, si no enfadado, por lo menos muy serio para hacernos un juicio exactísimo de nuestras culpas; y como consecuencia, se nos encoge y comprime el corazón, como a un culpable que va a oír la sentencia. Eso es enteramente falso. El examen diario de nuestras culpas no tiene nada que ver con aquel juicio riguroso que Dios hará de sus pecados al que haya muerto en pecado mortal. El examen, más que un juicio es una confesión franca y noble que el alma sencilla hace, voluntariamente, de sus imperfecciones; y sin excusarse ni atenuar nada, declara abiertamente que el rompimiento de propósitos que ha hecho en aquel día es todo culpa suya, y está dispuesta a pagar lo que sea. Ya se ve que con tan buenas disposiciones no es de razón mirar a Dios como un juez riguroso, frío e impasible; más bien es un Testigo irrefutable, eso sí, pero a favor nuestro, precisamente porque lo confesamos con tanta sinceridad.
Debes mirar a Dios: como a un Padre que te ama, como a un Amigo que te ayuda, como a un Enamorado que te espera.
COMO A UN PADRE QUE TE AMA. Esto es de fe: mientras vivimos en este mundo, Dios nos ama siempre, incluso cuando somos grandes pecadores, porque sabe Él muy bien detestar y odiar los pecados, y juntamente amar al pecador.
¡Cómo cambia el cuadro de nuestros sentimientos en el examen, si no pensamos en un Juez sino que acudimos a un Padre que nos ama! Tal vez dirás que, aunque así sea, causa vergüenza tener que confesar nuestras culpas y miserias. ¡Naturalmente! El confesar una falta, por pequeña que sea, no puede darnos el mismo gusto que declarar una obra buena. Pero ¡qué diferencia decir la falta a nuestro Padre! Imagina lo que ocurre en una casa, cuando el padre de familia llama a sus hijos y les pregunta: ¿Quién se ha comido las manzanas que faltan de la despensa? Confuso y avergonzado, el hijo culpable confiesa su culpa. Pero al ver que su padre, sonriente, le abraza y le da un beso diciéndole que no vuelva más a hacerlo, al pequeñín le pasan todos los males.
Indudablemente, el alma en el examen pasa esta vergüenza, pero como que se acaba con un nuevo abrazo de Jesús (ya nos dice Santa Teresita que después de todo, nos ama más que antes), da por bien empleada aquella confusión. Bien considerado, no se puede negar que todo termina muy dulcemente.
COMO A UN AMIGO QUE TE AMA. Sin dejar de ser Dios, Jesús se ha hecho Hombre como uno de nosotros para que viésemos de qué manera sabe compadecernos, perdonarnos y redimirnos de todos los males. Es tanto lo que Dios nos ha amado, que entregó a su propio Hijo para la salvación del mundo. ¿Puede darse un amigo más verdadero, más poderoso, más amante y sacrificado? Dice el Evangelio que no hay prueba de amor más grande. Pues, con este Amigo divino es con quien tratas a la hora del examen. Él espera que le declares tus llagas para curarlas, tus dudas para resolvértelas, tus penas para consolarte. Acuérdate que no viene a hacer de fiscal acusador, sino de amigo y de abogado defensor con omnipotencia infinita. «Que no ha enviado Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo —nos dice el mismo Jesús en el Evangelio— sino para que el mundo se salve por obra de Él.» (Juan, III, 17.) De eso desea tratar personalmente contigo, para salvarte y santificarte y perfeccionarte: de redimirte de tus faltas.
Jesús es Salvador, su oficio propio es el de Redentor; y así como le causa infinita pena ver que su Sacrificio se desperdicia y queda inútil para tantas almas, asimismo le proporciona un gozo infinito el perdonar pecados y faltas, porque ve que es aprovechada su Sangre Redentora, puesto que solamente con ella se nos borra la culpa y se nos redime la pena. En la hora del examen tú le das este gozo y satisfacción de poder per-donarte una vez más. Sólo espera que acudas a la cita del examen diario. ¿No te parece una cosa fácil? ¿No lo encuentras delicioso? Cada vez le renuevas el gozo que siente de hacer de Redentor al perdonarte, sin que nunca se canse. ¡Oh, cuán dulce es, ciertamente!
COMO A UN ENAMORADO QUE TE AGUARDA. No te asustes al leer eso. Parece que no es posible tratándose de personas tan pobres de virtud y tan miserables como nosotros. Pero las Sagradas Escrituras nos dan de ello fe absoluta, diciendo que Dios halla sus delicias en estar entre los hombres. No es menester ser perfecto; basta con estar en gracia de Dios, porque entonces nuestra alma refleja su imagen divina, y Dios necesariamente ha de complacerse en ella. No te asombres: todo cuanto de bueno y santo ve Dios en tu alma, lo ha puesto Él mismo con su gracia. Es natural que se complazca en sus propios dones, estén donde estén, puesto que no puede complacerse en nada que no sea obra suya.
Jesús está enamorado de nuestras almas, y ¡cuánto desea abrasarlas de amor!
Dirás, tal vez, que a la hora del examen precisamente es cuando te presentas a Él como a reo convicto y confeso de haber faltado y de haberle ofendido. Es verdad; pero no deja de ser una declaración de amor hecha en distinta forma. Cuando un pequeñuelo llora porque no le quieren dar una cosa, claramente demuestra con su llanto que la quiere y desea. Lo mismo ocurre exactamente con el alma cuando se presenta a Dios a la hora del examen. AI deplorar y arrepentirse de sus faltas, demuestra bien a las claras lo mucho que desea y quiere amar a Dios con mayor intensidad y perfección. Es como si dijera: «¡Dios mío, qué pena me causa el no amaros más! ¡Tanto como deseo amaros y tan poco que os amo! Yo quisiera amaros con un corazón inflamado de amor como los Ángeles y Serafines, con un amor purísimo, sin imperfección, como el de la Virgen María vuestra Madre; y en cambio me veo tan lleno de infidelidades, faltas, imperfecciones y caídas a cada paso!» Esto ¿no es acaso una declaración de amor muy apasionada y sentida? ¿Cómo no ha de agradarle a Jesús, el Enamorado de nuestras almas? ¿A qué enamorado del mundo, no le gustaría sentirse y verse amado con parecidas demostraciones? El examen diario de conciencia es una demostración de amor evidentísima en la vida espiritual.
Al fin y al cabo, ¿quiénes son los que la practican? Solamente aquellos que desean y se esfuerzan en amar a Dios con amor más puro y perfecto; personas consagradas a Dios en la forma que sea, o que llevan prácticamente una vida de intensa piedad. No hay ninguna persona de vida pecaminosa, ni persona alguna mundana por poco que lo sea, ni tan sólo ningún cristiano vulgar, que practique el examen diario; ciertamente no se preocupan de mejorar su amor a Dios. Bien podemos decir que el tiempo destinado al examen diario es, en cierto modo, un rato de conversación amorosa del alma con Jesús. ¿Puede darse cosa más fácil y dulce de practicar? ¡Oh, sí! Jesús se siente gozoso con ello y está contento; ¿por qué, pues, no hemos de estarlo igualmente nosotros?

II.- El provecho de nuestras faltas

Las faltas vigiladas y combatidas con el examen diario de conciencia nos prestan, de rechazo, un gran servicio.

1º NOS VUELVEN SINCERAMENTE HUMILDES.
No hay cosa que más nos humille que el reconocer nuestros pecados.
a) Cuando así lo hacemos en el examen, practicamos un acto de pura humildad. En los demás actos de humildad, fácilmente se les pega la vanidad al recibir el aplauso de los que lo han visto o sabido, o cuando menos la alegría de haber hecho un acto de virtud. El reconocimiento sincero de nuestras culpas nada tiene de este peligro, ni de esta alegría: todo es para humillación. Y para adquirir la verdadera humildad de corazón, no existe otro remedio que el sufrir pacientemente la humillación. La humildad, sin la aceptación de la humillación, es pura teoría.
b) Además nos hace ver nuestra impotencia total y absoluta para cualquier clase de bien y virtud, como también nuestra flaqueza en los propósitos. Por muy firmes y sinceros que seamos en proponer, siempre seremos flacos en practicar. Todo lo cual nos hace ser profundamente humildes, y como a tales nos dan luz y consuelo las palabras de Jesús: «Sin Mí nada podéis hacer: vigilad y orad, porque el espíritu está pronto, mas la carne es flaca.» Ciertamente no podemos desmentirlo.

2º NOS HACEN PERFECCIONAR EN LA CONTRICIÓN Y AMOR A DIOS.
a) El grave daño que pueden causarnos nuestras faltas descuidadas, es hacernos olvidar del amor de Dios, como dice San Ignacio en la meditación del Infierno; y de esta inmensa desgracia nos preserva la práctica diaria del examen. El dolor y contrición constantes de nuestras faltas, es uno de los fundamentos de la vida espiritual. Dios ya cuenta con nuestras caídas, y al confesarlas diariamente con Jesús, no hacemos sino explanar la petición del Padrenuestro, que Él nos enseñó para que se lo dijéramos cada día: «Y perdónanos nuestras deudas.» Eso te demuestra a las claras cuánto le agrada la confesión diaria de nuestras culpas, y te enseña el porqué no se cansa nunca de perdonarlas. ¡Cuán dulce y bueno es Jesús!
b) Pero, este trabajo con nuestras culpas, no sólo nos priva de olvidarnos del amor de Dios, sino que nos hace aumentarlo y perfeccionarlo. Este perdón que nos da siempre, y que jamás nos niega, nos mueve a amar cada día más a Dios. Acuérdate de lo que dijo Jesús al perdonar los pecados tan graves de Magdalena: «A quien más se le perdona, más ama.» Estas palabras van también para ti y para mí. ¡Oh, qué dulce resulta el examen diario entendido así!
Ciertamente nuestros actos y toda nuestra vida externa no se ven mejorar; pero así y todo, nuestra vida interior va mejorando cada día. No queramos jamás calcular la perfección espiritual y santidad de una persona, por sus actos exteriores, por lo que se ve. La perfección espiritual es cosa interior, es la gracia divina que no se ve, pero que sabemos que aumenta a cada acto bueno que practicamos, sin que puedan estorbarlo nuestras faltas por numerosas que sean, mientras no les tengamos afecto voluntario.
Esta fe ciega, segura, certísima, en el amor que Dios nos tiene, y la confianza plena y total en Jesús, que el examen de nuestras faltas actúa cada día en nosotros, es un bien excelentísimo sobre toda ponderación. Si nos dice que sin Él nada podemos, es señal de que quiere hacerlo Él mismo por nosotros. Quiere tan sólo que vigilemos y oremos, y esto precisamente es lo que hacemos en el examen. Lo demás, dejémoslo confiadamente en sus manos, que nunca nos fallará.
Lo efectivo no es ver la corrección de las faltas, sino el luchar cada día en el vencimiento propio. La perseverancia, sea como sea. Recuerda siempre aquello que dijo Jesús: Bienaventurado aquel siervo que cuando llegue su Señor (a cualquier hora que fuere) le halle vigilando.
Estas palabras también son para ti: aunque no veas mejora o enmienda alguna en ti, mientras vigiles y ores, serás feliz con eterna bienaventuranza, porque no dijo Jesús que halle a su siervo triunfante sino vigilando, y eso es lo que haces tú en el examen diario .

Breve pauta para la práctica del examen diario

1. Dar gracias a Dios por los beneficios

Os doy gracias, Señor, porque a cada momento de este día me habéis conservado, y aun renovado, aquel amor eterno con que me creasteis, y con el que después me habéis redimido y santificado. Ni por un solo instante del día habéis dejado de amarme, de pensar en mí y tener providencia de mí; y (casi no me atrevo a decirlo) habéis tenido vuestra delicia en estar conmigo. ¡Cómo debería derretirme de amor y de gratitud!
Gracias, Dios mío, por la Santa Misa, por la Comunión, por la oración y conversación con Vos que me habéis permitido hoy. Gracias por el amor maternal de la Virgen Santísima, vuestra Madre, que habéis constituido también Madre mía. Por la guardia y compañía de mi Ángel de la Guarda. Por la Comunión de los Santos. Por la vocación a procurar mayor piedad y unión con Vos.
Gracias, también, por haberme conservado el uso de las potencias y sentidos y las fuerzas para cumplir mis deberes y obligaciones.
Por toda la Creación, y en particular por todas las criaturas que Vos, Padre amantísimo, sostenéis y destináis a servirme de alimento, de vestido, de medicina, de recreo y de recurso a Vos. Gracias igualmente por los sufrimientos, privaciones y molestias de la cruz que me habéis asignado. Gracias, finalmente, por todos los males de que me habéis librado, así como por todos los beneficios que ahora ignoro y no sabré hasta llegar al Cielo. Gracias, buen Jesús, por vuestro amor por mí y por la voluntad que tenéis de concederme cada día nuevas gracias.

2. Pedir luz y gracia

Dadme, Señor, luz y gracia para ver y conocer mis faltas tal como Vos, Dios mío, las veis y conocéis; y así, juzgue todos mis actos, palabras, pensamientos, intenciones y afectos conforme al juicio que merecen ante vuestra Santísima, Justicia y Misericordia infinitas.

3. Examinar la conciencia

OCUPACIONES Y ACTOS:
1.- Prácticas de religión y piedad. Oración, Misa, Comunión, Visita, Rosario, Lectura, Examen.
2.- Caridad con el prójimo, bondad de corazón, igualdad de carácter, afabilidad de trato, sobre todo en familia. Obras de misericordia que has podido hacer.
3.- Ejemplaridad de vida; cumplimiento a conciencia de tu deber; aprovechamiento del tiempo.
4.- Abnegación y dominio de ti mismo; en vencer el genio y las pasiones. Espíritu de sacrificio y prácticas de penitencia. Cómo te guardas del espíritu mundano y sus vanidades.

DISPOSICIONES DE ESPIRITU:
1.- ¿Mantienes firme y resuelta la voluntad de santificarte? ¿Guardas tu corazón para Jesús? ¿Eres fiel a las prácticas de piedad y ejercicios de virtud propuestos? ¿Muestras a Dios tu buena voluntad?
2.- ¿Aceptas dulcemente y en paz de espíritu la humillación de tus faltas? ¿Aceptas y ofreces a Dios el sacrificio de no ver los frutos de tus propósitos y buena voluntad?
3.- ¿Acudes con confianza a Jesús? ¿Crees en el amor que Él tiene por ti, y en el gozo que le das por este acto que de ti espera cada día? Háblale ahora de todo con sencillez.

4. Contrición de las culpas

CONFESIÓN HUMILDE: Humildemente os confieso, Señor, todas mis culpas. Reconozco mi flaqueza y miseria, y me avergüenzo de mi ingratitud, negligencia, falta de esfuerzo y de abnegación. Confieso sinceramente que mi amor a Vos es todavía muy frío y mezquino. Mas, dejad que os repita como San Pedro después de sus caídas: «Vos sabéis todas las cosas: Vos sabéis que os amo.» A pesar de todas mis faltas, quiero amaros con todo mi corazón.
CONFIANZA: En Vos confío, Señor, y cuanto más miserable es mi flaqueza y mayor mi culpa, quiero que mi confianza sea mayor todavía. Por más que el demonio quiera apartarme de Vos, y mi amor propio me lleve al desaliento, siempre acudiré a Vos para confesar sincero y humilde mis faltas, todos los días de mi vida, por años que dure.
DESEO DE MAYOR AMOR: A fuerza yo de caídas, y Vos de per-dones, mi amor irá aumentando cada día más. A quien más se le perdona, más ama, porque ve lo muy amado que es.
«Corazón dulcísimo de mi Jesús, haced que os ame cada día más.»

5. Propósitos

LUCHAR Y ORAR: Vos, Señor, que conocéis mejor que nosotros nuestra flaqueza, ya me habéis advertido de que vigile y ore, porque la carne es flaca aunque el espíritu esté dispuesto, Lucharé, para vencerme y daros gusto. También oraré, a fin de alcanzar la gracia que necesito y que Vos queréis otorgarme. Bienaventurados aquellos siervos a quienes el Señor, cuando llegue, los halle vigilando. (Lucas, XII, 39.)
PERSEVERANCIA: No sé si llegaré a ver nunca el éxito de mis esfuerzos y trabajos en enmendarme. Tal vez vea caer por tierra cada día las flores de mis propósitos y buena voluntad. Nada importa. No quiero desanimarme nunca, aunque no vea ningún resultado de mi esfuerzo; seguiré luchando todos los días de mi vida, seguro de que por lo menos interiormente me santifico y os complazco. Por mucho que proponga, estoy convencido de que de nada me servirá si Vos no me ayudáis. Buen Jesús, ayudadme, porque sin Vos nada puedo hacer .

Florilegio espiritual

Oración del alma confiada

Confío en Vos, Señor:
Porque Vos sois Dios y yo soy nada.
Porque Vos sois el Creador y yo vuestra criatura.
Porque Vos sois el Padre celestial y yo vuestro hijo.
Porque Vos sois el Redentor y yo el redimido.
Porque Vos sois Amo y Señor y yo vuestro sirviente y esclavo.
Porque Vos sois la Justicia y Santidad y yo la impotencia y la miseria.
Porque Vos sois la Bondad divina y yo la misma malicia.
Porque Vos sois la Misericordia infinita y yo pecador miserable.
Porque Vos sois el Buen Pastor y yo la oveja descarriada.
Porque Vos sois la Luz del mundo y yo un ciego en tinieblas.
Porque Vos sois la Verdad infalible y yo sólo apariencia engañosa.
Porque Vos sois el Camino recto y seguro y yo viandante extraviado.
Porque Vos sois la Fuente de agua viva y yo la cierva sedienta.
Porque Vos sois la Resurrección y la vida y yo enfermo desahuciado.
Porque Vos sois la suma Felicidad y yo la desdicha completa.
Porque Vos sois la Trinidad Santísima y yo vuestra morada.
Porque Vos sois el Espíritu Santificador y yo vuestro templo vivo.
Porque Vos sois el Rey de la eterna Gloria y yo, con Jesucristo, vuestro heredero.
Porque Vos sois Cabeza y Esposo de la Iglesia y yo miembro vivo de vuestro Cuerpo místico. Porque Vos sois el AMOR INFINITO y yo vuestro amado.
V. En Vos, Señor, he esperado y no seré confundido eternamente.
R. Ninguno de cuantos han esperado en el Señor ha sido jamás confundido.
ORACIÓN: Oh Dios omnipotente y eterno, que con la abundancia de vuestra piedad excedéis los méritos y los deseos de los que os invocan; derramad sobre nosotros vuestra misericordia, de tal modo que nos perdonéis lo que nuestra conciencia teme, y nos deis lo que no nos atrevemos a pedir. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Letanías de la humildad

¡Oh Jesús, dulce y humilde de corazón! Escuchadme.
Del deseo de ser apreciado, libradme, Jesús.
Del deseo de ser amado, libradme, Jesús.
Del deseo de tener nombradía, libradme, Jesús.
Del deseo de recibir honores, libradme, Jesús.
Del deseo de ser alabado, libradme, Jesús.
Del deseo de ser preferido a los demás, libradme, Jesús.
Del deseo de ser consultado, libradme, Jesús.
Del deseo de ser aplaudido, libradme, Jesús.
Del deseo de ser bien cuidado, libradme, Jesús.
Del temor de ser humillado, libradme, Jesús.
Del temor de ser despreciado, libradme, Jesús.
Del temor de ser rechazado, libradme, Jesús.
Del temor de ser calumniado, libradme, Jesús.
Del temor de ser postergado, libradme, Jesús.
Del temor de ser ridiculizado, libradme, Jesús.
Del temor de ser injuriado, libradme, Jesús.
Del temor de ser sospechoso, libradme, Jesús.
Que los otros sean más amados que yo,
Jesús, hacedme la gracia de desearlo.
Que los otros sean más apreciados que yo,
Jesús, hacedme la gracia de desearlo.
Que los otros puedan crecer en la opinión del mundo y yo pueda disminuir,
Jesús, hacedme la gracia de desearlo.
Que los otros puedan ser elegidos los primeros y yo dejado aparte, Jesús, hacedme la gracia de desearlo.
Que los otros puedan ser alabados y yo pase inadvertido,
Jesús, hacedme la gracia de desearlo.
Que los otros puedan ser preferidos a mí en todas las cosas, Jesús, hacedme la gracia de desearlo.
Que los otros puedan ser más santos que yo, con tal que yo sea tan santo como sea posible. Jesús, hacedme la gracia de desearlo .

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