La tranquilidad, contento y alegría
que disfrutan las almas en el purgatorio

Esta obra tiene el objetivo de difundir la doctrina consoladora sobre el Purgatorio que enseño Santa Catalina de Génova.

LA TRANQUILIDAD, CONTENTO Y ALEGRIA
QUE DISFRUTAN LAS ALMAS
EN EL PURGATORIO

EUDALDO SERRA BUIXÓ, Pbro.

EDITORIAL BALMES

 

I INTRODUCCIÓN PRELIMINAR

ADVERTENCIA PRELIMINAR AL DEVOTO LECTOR

Este librito de la “Biblioteca Evangélica de la Infancia espiritual”, como todas las Instrucciones Piadosas anteriormente publicadas, está destinado a explicar de una manera clara, sencilla y fácil, la práctica de la santificación en la vida cristiana, disipando preocupaciones, corrigiendo los defectos y conceptos desviados, equivocados o exagerados, de diversas prácticas de piedad y devoción en la vida normal y ordinaria del cristiano.

A las almas pequeñas es preciso hacerles saborear la dulzura, el consuelo y la fortaleza de la verdadera piedad; es necesario acomodar las explicaciones a su manera sencilla de entender y sentir, y las prácticas de virtud a su capacidad de infancia espiritual.

Referente al tema concreto del Purgatorio, ya de siglos atrás se solía enseñar y predicar, acentuando casi de una manera exclusiva, las penas que en él sufren las almas en aquel fuego purificador, sin hablar de la pacífica tranquilidad, contento y alegría que en él disfrutan, ni de la perfecta compatibilidad entre las penas y los goces que subsisten y actúan, sin que mutuamente se estorben entre sí.

Ciertamente la finalidad primordial que se pretendía, y el fruto que de ello se esperaba, era apartar a los cristianos de los pecados, hasta de los veniales voluntarios, y en general la conversión de los pecadores, así como enfervorizar la devoción a las almas del Purgatorio. Todo esto son efectos preciosísimos que hemos de procurar adquirir y mantener vivos con la consideración del Purgatorio. Lo que no conviene, es tener como un instintivo terror y encogimiento de corazón, que nos prive de hacer una consideración del Purgatorio serenamente, con paz de espíritu, piedad de corazón y consuelo y provecho de nuestra alma.

Este librito se desarrolla en un sentido diverso, es decir, explicando cómo son estas penas de daño y de sentido en el Purgatorio, poniendo de relieve y en mayor evidencia la paz, la tranquilidad, los goces y la alegría que en él disfrutan.

Es preciso empezar advirtiendo que la imagen sensible que tenemos del fuego de la tierra torturando un cuerpo humano, no nos puede dar la idea ajustada a la del fuego del Purgatorio que es todo él, fuego de amor de Dios por nuestras almas y administrado por Él mismo para hacernos entrar en la gloria y asociarnos a su eterna felicidad.

Para obtener un concepto seguro y claro (tanto como esto sea posible al entendimiento humano) hemos de empezar por el fundamento que nos enseña la fe católica.

El elemento purificador en el Purgatorio es producido totalmente por el amor que Dios tiene a los hombres. El Purgatorio está todo lleno de amor, no entra ningún otro elemento activo; y este fuego de amor divino es el que produce el doble tormento de daño y de sentido.

La única persona que interviene es Dios santidad y bondad, es decir el Amor misericordioso infinito. Todas las operaciones que se verifican en aquel lugar de las almas santas, son producidas exclusivamente por Dios mismo, sin intervención de nadie más, ni aun de las mismas almas que las soportan pasivamente en santa paz y tranquilidad, tanto los goces como los sufrimientos, atentas solamente a cumplir la voluntad de Dios que es todo su afán, su consuelo y su alegría.

El fuego del Amor que Dios mantiene en aquellas almas santas que están en gracia y unidas a Él, tiene dos efectos que vienen a ser la pena de daño v la de sentido: la de daño es no poder disfrutar de la visión de Dios, con un deseo y una fuerza tan grande que no podemos imaginar, y las impele de continuo con mayor fuerza y violencia inconcebible; en comparación con esta pena de daño, la pena de sentido les parece ligera. El otro efecto del fuego de amor en el Purgatorio es el de purificar a aquellas almas santas de las manchas y reliquias de los pecados ya perdonados en cuanto a la culpa antes de morir; y este efecto es la pena de sentido. Santa Catalina de Génova pone una comparación fácil de entender que el lector encontrará más adelante en los textos escogidos de su “Tratado del Purgatorio” (números 4 y 10).

Conviene tener bien entendido que no es el lugar lo que purifica el alma, sino el deseo que el alma tiene tan vivo de transformarse y unirse con Dios, y la pena producida por el impedimento que detiene este su instinto de unión con Él. Este deseo y esta pena son la pena de daño y la pena de sentido del fuego del amor divino en el Purgatorio.

En el Purgatorio, sean como fueren las penas, están amasadas en el amor de Dios que llena aquel santo lugar de paz, de bondad, de misericordia; hay una relación continua, sin interrupción, siempre amorosa y afectiva, entre Dios y cada una de las almas en particular, que Él cuida, como si no tuviera ninguna otra ocupación. Todo lo hace Dios solo y el alma no interviene para nada absolutamente, manteniéndose pasiva pero en paz y tranquilidad, con una segura y serena esperanza que no puede fallar.

Eso nos ha de hacer entender cómo en el Purgatorio, donde no hay otro elemento ni otra acción que la del amor divino, no puede haber ningún sentimiento de terror, ni de miedo alguno y, por lo tanto no ha de parecemos extraño que los teólogos, doctores y santos, hagan sobresalir el gozo y la paz y la alegría que se experimenta allí; y de algunos de ellos como San Francisco de Sales, Santa Teresa del Niño Jesús y más particularmente del “Tratado del Purgatorio” de Santa Catalina de Génova, citaremos algunos conceptos.

Si meditas bien y mantienes vivo este concepto fundamental de que en el Purgatorio todo es amor y en él no hay nada más que este fuego de Amor divino, tanto en ¡o que hace sufrir, como en lo que hace disfrutar, podrás meditar el Purgatorio con paz de espíritu, consolación de corazón, con gozo y alegría del alma. Y no sería extraño que sintiendo un devoto amorosamente, te asaltara el pensamiento y el deseo de querer hallarte en él ya desde ahora.

 

II EL PURGATORIO, MARTIRIO DEL AMOR

PRODIGIO DEL AMOR DIVINO

Es el Purgatorio un lugar de expiación por todas las deudas que tenemos contraídas con Dios y que no hemos satisfecho en este mundo. Pago completo hasta el último maravedí. Toda expiación supone un sacrificio, un sufrimiento, una pena, un dolor que sufrir. Pero esta expiación, si bien es satisfacción a la justicia divina inalienable, ha sido promovida por el amor de Dios como preparación o purificación necesaria para unir las almas a su santidad y gozo infinitos en la gloria eterna. Es obra del amor divino. Hay, pues, padecimiento y hay amor en el Purgatorio; pero todo esto es obrado y dirigido por Dios sin intervención de criatura alguna, lo cual le da una super excelencia y fuerza que no podemos concebir. Podemos bien definir el Purgatorio, sin temor de equivocarnos, diciendo que es un puro amar y un puro sufrir.

El dogma del Purgatorio es extremadamente consolador, pues nos manifiesta cómo Dios sabe unir su Justicia y su Bondad, dándonos tiempo de purificar nuestra alma cuando ya no tenemos tiempo de merecer, ni posibilidad de pecar.

Es además estimulante para el cristiano induciéndole a practicar fácil penitencia en este mundo para ahorrarse penas tremendas en el otro, y apartarse eficazmente del pecado.

Esperanza para todos, pecadores y justos imperfectos que sin el Purgatorio no podrían entrar en el cielo donde todo es absoluta pureza y santidad perfecta.

Consuelo para los vivientes que ofrecen sus devotos sufragios por sus difuntos con la seguridad de que aprovechan a las almas del Purgatorio.

Es útil y provechoso estudiar y meditar el dogma del Purgatorio, pero no se deben predicar o enseñar cosas difíciles y sutiles que ni sirven de edificación ni ayudan a la piedad de los fieles. También deben evitarse las cosas inciertas o que parecen falsas; las curiosas, o supersticiosas o que parecen encaminadas al lucro e interés material.

Entre los Santos Padres es llamado: lugar de gemidos y lágrimas; fuego purificador; cárcel donde permanecen las almas hasta haber pagado el último cuadrante; el profundo lago; parte inferior, etc. Pero desde el siglo XIII ha prevalecido el sencillo nombre de Purgatorio.

“Es un lugar y un estado donde las almas de los justos que murieron con reato de pecado venial o deuda de pena temporal, sufren hasta haberlos satisfecho enteramente.”

Se pueden reducir a tres los géneros de manchas de las cuales se han de purificar las almas al salir de este mundo; pecados veniales — malos hábitos —, penitencia no satisfecha. O sea, en otras palabras, pecados veniales positivos, afectos desordenados o pecaminosos, e insuficiencia de penitencia por los pecados ya perdonados.

 

LAS PENAS DEL PURGATORIO

Es cierto que las almas del Purgatorio sufren pena de daño y pena de sentido. La pena de daño, o sea la privación de la visión de Dios, aunque sea común con la de los condenados, es muy distinta y mucho más suave; puesto que la que sufren los condenados es eterna y con irremediable desesperación; mientras que la que sufren las almas del Purgatorio es sólo temporal, y la sufren con paciencia y con generosidad, sabiendo que es para su bien, y están ciertas de que han de alcanzar la visión beatífica.

La pena de sentido es una tortura impuesta como expiación del pecado no debidamente satisfecho. No es de fe que las almas del Purgatorio sean atormentadas con fuego real o material, y no metafórico. El Concilio de Florencia no quiso definir esto porque los Griegos opinaban que las almas en el Purgatorio padecían pena de sentido, no por razón del fuego real y material, sino más bien por estar en un lugar tenebroso y triste. Pero el sentir común de los fieles en la Iglesia latina, y la doctrina común de los teólogos cree en la pena de fuego real, apoyándose en la autoridad de San Gregorio Magno y San Gregorio Niceno; y esta creencia viene corroborada por el testimonio casi unánime de los Padres latinos desde el tiempo de San Agustín y aún de algunos Griegos, y de todos los Escolásticos y de los Obispos latinos. Por lo cual sería una imprudente temeridad y causaría grave escándalo al pueblo, si se le predicara o enseñara en contrario al común sentir de la Iglesia.

Deben, no obstante, los predicadores abstenerse de hacer descripciones exageradas del Purgatorio, debiendo advertir e inculcar al pueblo fiel que la pena de daño es mucho más acerba que la de sentido.

 

OBSERVACIÓN SOBRE LA PENA DE SENTIDO

Referente a esta pena de las almas en el Purgatorio, cuando algunos autores dicen que es el mismo fuego del Infierno el que las atormenta, no debe entenderse al pie de la letra, sino en sentido ponderativo para hacer comprender su fuerza y poder. Siempre hay que atender a una diferencia esencial: el fuego del infierno es encendido por la ira de Dios, mientras que el del Purgatorio es encendido por el amor divino.

No es lo mismo sufrir una dolorosa intervención quirúrgica en una clínica para curar de una enfermedad, que estar sometido a tortura en el caballete del martirio para morir de dolor, en una prisión.

Así mismo es muy distinto sufrir el fuego vengador de la ira divina eternamente en el infierno, que el fuego purificante del amor de Dios en una operación transitoria, preparación inmediata de una gloria y gozo infinitos. Hay un abismo entre sufrir por amor y sufrir por puro castigo; entre padecer con una esperanza cierta y segura, y padecer con una desesperación irreparable: entre aguantar un dolor con una unión y amor perfecto a Dios y padecerlo con un odio inconcebible; en una palabra, entre ser un santo que sufre temporalmente o ser un réprobo que cumple su eterna condenación.

Por eso dice Santa Catalina que en el caso de que un alma continuará aún en el fuego del Purgatorio, después de haberse purificado ya de todas sus manchas, este fuego no le haría sufrir, por ser el fuego del amor divino.

Es un sufrimiento de expiación viva, un puro sufrir, sin que los consuelos del amor quiten en nada el dolor al alma, antes bien lo avivan.

 

CONSIDERACIÓN SOBRE LA PENA DE DAÑO

Santa Catalina de Génova en su “Tratado del Purgatorio”, para explicar los tormentos que sufren allí las almas, dice: “¿Qué diré para hacer comprender bien cuál es su causa? El alma, con la claridad de la luz divina de que está completamente penetrada, ve:

1° Que Dios lo atrae a Él incesantemente, y para consumar su perfección emplea los cuidados atentos y continuos de su Providencia, y eso, por puro amor.

2° El alma ve que las manchas del pecado son como un lazo que la impide de seguir este atractivo, o por mejor decir, una oposición a aquella relación unitiva que Dios quisiera comunicarle, para hacerle conseguir su último fin y hacerla soberanamente dichosa.

3º Ella concibe perfectamente cuán inmensa pérdida sea la menor tardanza en la visión intuitiva.

4° En fin, siente en sí misma un deseo instintivo, el más ardiente posible, de ver desaparecer el obstáculo que impide al Supremo Bien de atraerla hacia a Él”.

“Pues todos estos conocimientos juntos, lo digo con seguridad, son los que producen los tormentos de las almas del Purgatorio; tormentos todos bien crueles, sin duda, pero, sin embargo, el más terrible de ellos es, sin contradicción, el obstáculo que encuentra en ellas la santa voluntad de Dios que ven arder por ellas en el más vivo amor.”

En estas breves palabras, condensa la Santa, una explicación teológica sobre las penas del Purgatorio y su causa. Se presta a largas y profundas reflexiones que, sobre ser muy provechosas, son también muy dulces y consoladoras.

 

AMOR DE DIOS AL HOMBRE EN ESTE MUNDO Y EN EL OTRO

En la historia espiritual de la humanidad encontramos siempre estos dos abismos: el amor más incomprensible por parte de Dios hacia el hombre, y la ofensa inconcebible del hombre pecando contra Dios. No somos capaces de comprender el abismo de malicia que contiene el pecado a los ojos de Dios, y sólo podemos deducirlo por el castigo que de él ha hecho, incluso en su propio Hijo Unigénito encarnado. Pero más incapaces somos todavía de poder comprender la inmensidad del amor de Dios para con el hombre, redimiéndole a costa de su propia Sangre y Vida.

Mientras vive el hombre en este mundo, Dios le rodea de un sin fin de gracias y cuidados para proveerle de todo lo necesario a su vida natural y sobrenatural. Pero el amor más admirable para el hombre, Dios lo revela en lo que hace con él en el otro mundo; pues si es cosa pasmosa que Dios quiera asociar al hombre a su propia felicidad y gloria eterna, concediéndole la visión beatífica, más atónitos nos deja el ver cómo procura

Dios esta purificación necesaria al alma que ha salido de este mundo con las manchas del pecado venial y reliquias del pecado mortal perdonado, pero no satisfechas todavía.

 

PRODIGIO DEL AMOR DIVINO

Para comprender lo prodigioso de este amor divino para con el hombre es necesario recordar que Dios tiene indefectiblemente establecido que con la muerte del hombre se acabe el tiempo de merecer. Y lo maravilloso del Purgatorio es que, pasado ya el tiempo de merecer para el hombre, pueda aún purificarle de sus culpas veniales y reliquias de pecados mortales ya perdonados.

Esta operación que ya no está en la mano del hombre, la hace enteramente Dios solo, con el sufrimiento inyectado en sus almas queridas; y esto, puramente por amor, porque las ama y quiere asociarlas a su propia gloria.

El alma se presta entera y de buen grado a esta operación de tormento y purificación, pero en forma completamente pasiva, sin poner nada de su parte absolutamente, por la razón de que nada tiene en propiedad ni en posibilidad. Ella no tiene remordimientos de sus pecados pasados, ni deplora haber perdido el precioso tiempo de merecer, ni sufre por ver a otras almas que salen de su prisión, ni aspira a salir de sus penas antes del tiempo debido; ella no quiere ni deja de querer, más que aquello que quiere o no quiere Dios. La voluntad de Dios es toda su preocupación, y de ella misma nada sabe ni nada recuerda; todo su trabajo y ocupación está en sufrir, puramente sufrir, por voluntad de Dios para purificarse.

Juntamente con este sufrimiento de intensidad suma, el alma goza indeciblemente de verse tan entrañablemente amada por este mismo Dios con quien fue tan ingrata. Es un puro martirio de amor a Dios.

El fuego del amor a Dios es lo que hace sufrir al alma la expiación debida precisamente a su frialdad y defectos en amarle. “El alma —dice Santa Catalina— encerrada en aquellos bajos lugares, se abrasa en un deseo tan vivo de transformarse en Dios, que este su deseo hace su Purgatorio; porque no es el lugar lo que purifica al alma, sino la pena producida por el impedimento que detiene su instinto de unión con Dios”.

De manera que aquella voluntad que, con sus desvíos, frialdades, cobardías, ingratitudes, infidelidades y claudicaciones, hizo tantas ofensas a Dios y causó tantas penas al Corazón de Jesús con su falta de generosidad y de abnegación, ahora se purifica abrasándose en el vivísimo fuego del deseo de unirse a Dios y amarle perfectamente cara a cara, sin poderlo conseguir por causa de aquellas mismas faltas tan inconsiderada v fácilmente cometidas. Ofendió a Dios por su tibia voluntad en amarle y desearle cuando podía hacerlo; sufre ahora abrasándose en el deseo de amarle y poseerle, ardiendo en este fuego por no poderlo conseguir.

La lección para nosotros es clara: aumentemos y purifiquemos ahora nuestro amor a Dios de tal manera que sea nuestro martirio y nuestro purgatorio aquí en la tierra, y así será de grande nuestra felicidad y nuestra gloria en el Cielo.

 

LAS ALMAS DEL PURGATORIO PUEDEN AYUDARNOS

Es sentencia común de todos los teólogos que las almas del Purgatorio pueden rogar, puesto que están continuamente entregadas a piadosos pensamientos y deseos.

Que pueden rogar por nosotros es también la sentencia más comúnmente admitida. Puesto que, por una parte, nos aman por caridad, y por otra conocen, a lo menos de un modo general, que nos hallamos en muchos peligros y necesitados del auxilio divino. Y aún pueden conocer, a lo menos de un modo general y quizá por revelación, que nosotros rogamos por ellas; y así en fuerza de la gratitud procuran rogar por nosotros, y como son amadas de Dios, nada impide que sus oraciones sean escuchadas favorablemente.

Los ejemplos abundantísimos en las vidas de los Santos y en los libros de piedad sobre los favores obtenidos por intercesión de las benditas almas del Purgatorio justifican esta creencia, que prácticamente se halla extendida entre los cristianos y que contribuye a que la devoción a las almas del Purgatorio sea universalmente practicada y muy arraigada en toda alma medianamente piadosa.

 

CÓMO PODEMOS ALIVIAR A LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Es de fe que podemos aliviar a las almas del Purgatorio con nuestros piadosos sufragios especialmente con el Santo Sacrificio de la Misa.

Podemos ayudarlas:

  1. a) Con oracionesy esto de doble manera, en cuanto son obras satisfactorias, y además en cuanto son impetratorias según el fervor y piedad con que son rezadas.
  2. b) Con el Santo Sacrificio de la Misaen cuya virtud se aplican los méritos y satisfacción infinitos de Jesucristo.
  3. c) Con el valor satisfactoriode nuestras obras, que, siendo remisión o pago de deuda, la podemos aplicar para provecho de otros.
  4. d) Con indulgenciascon las cuales se aplican las satisfacciones de Jesucristo, de la Santísima Virgen y de los Santos.

Siendo tan grandes los dolores y sufrimientos que aliviamos y para nosotros tan fáciles de practicar los sufragios, hemos de confesar que los cristianos que no practican esta obra de caridad son culpables o de crasa ignorancia de este dogma, o de ingrato olvido para con sus difuntos, o duros de corazón. San Alfonso María de Ligorio dice: “No sé hasta qué punto podría excusarse de pecado aquel que descuidara de darles alguna asistencia o socorro, al menos por medio de sus oraciones”.

Ayudar a las almas del Purgatorio es obra agradable a Dios, puesto que Él desea sinceramente entrarlas en el Cielo; da grande alegría a aquellas almas que están ardiendo en abrasadores deseos de ver y poseer a Dios; es muy provechoso para nosotros, puesto que las almas que libertamos rogarán fervorosamente por nosotros inmediatamente que entren en el Cielo, y aun antes, según el común sentir, cuando todavía se hallan en el Purgatorio

Es, pues, la devoción hacia las almas del Purgatorio un acto de piedad que reclama la Iglesia para con sus miembros vivos que sufren la purificación en el otro mundo y que tan fácilmente pueden prestarles los miembros de la Iglesia militante. La Iglesia no se olvida jamás en sus oraciones de rogar por estas almas benditas, terminándolas casi invariablemente con el Requiem aeternam y el Requiescant in pace.1

No es ésta una devoción de simple supererogación, sino obligada para todo cristiano, que además contiene en ella muchos actos de virtud y de caridad que contribuyen eficazmente a nuestro perfeccionamiento espiritual y santificación.

 

III DOCTRINA DE SAN FRANCISCO DE SALES

EXCELENCIA DF. LA DEVOCIÓN A LAS ALMAS DEL PURGATORIO

San Francisco de Sales solía decir que en sola la obra de misericordia de rogar a Dios por los muertos se encierran las otras trece, y se expresaba así: “¿No es en algún modo visitar los enfermos el alcanzar con oraciones y buenas obras el alivio de las pobres almas que están padeciendo en el purgatorio? ¿No es dar de beber al sediento el dar parte en el rocío de nuestras oraciones a aquellas pobres almas que tanta sed tienen de ver a Dios, y que se abrasan en vivas llamas? ¿No es dar de comer al hambriento el contribuir a su libertad por los medios que la fe nos enseña? ¿No es esto verdaderamente redimir cautivos y encarcelados? ¿No es vestir al desnudo el procurarles un vestido de luz, y de luz de gloria? ¿No es hospedar al peregrino el solicitar a aquellas pobres desterradas la entrada en la celestial Jerusalén, y hacerlas conciudadanas de los Santos, y familiares de Dios en la eterna Sión? ¿No es mayor obsequio llevar almas al cielo que amortajar y sepultar cuerpos en la tierra?

Y, en cuanto a las espirituales, el rogar a Dios por los muertos ¿no es una obra cuyo mérito puede compararse con el de enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo ha menester, corregir al que yerra, perdonar las injurias y sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos? ¿Y qué consuelo, en fin, se puede dar a los tristes de esta vida que pueda compararse con el que nuestras oraciones dan a aquellas pobres almas en tan grande aflicción y penas?

Creo que no se puede aducir un motivo más fuerte para invitar al alma piadosa a rogar por los difuntos; vista que está sola razón es un haz de testimonios y una aglomeración de todas las obras de misericordia”.2

 

LA APLICACIÓN DE LOS SUFRAGIOS

No sabemos hasta qué punto Dios acepta por un alma determinada los sufragios que por ella se ofrecen. Esto depende puramente del beneplácito de Dios, que lo ordena todo con suma justicia, al mismo tiempo que con suma bondad y misericordia. Por eso dice San Agustín que los sufragios ofrecidos en favor de las almas del Purgatorio no se aplican a todas indistintamente, sino a aquellas solamente que en su vida merecieron que les fuesen aplicadas. Lo cual nos demuestra claramente que no hay medio más seguro para obtener sufragios después de nuestra muerte como aplicarlos en abundancia para los otros mientras vivamos. Es evidente que, si socorremos ahora las benditas almas, seremos asimismo socorridos nosotros cuando lo hayamos menester.

Podemos piadosamente pensar y esperar que Dios hará participante de nuestros sufragios, más o menos, en la medida que le pluguiere, al alma por la cual rogamos en particular, aun cuando ella no lo hubiere merecido por sus pecados y negligencias. Esto no nos ha de desanimar en perseverar con fervor y confianza, rogando y ofreciendo sufragios a Dios por los difuntos, antes, al contrario, debemos procurar, con nuestra insistencia y con nuestros sacrificios y actos de virtud, merecer de Dios que aplique nuestros sufragios al alma por la cual pedimos. Es decir, obtener que Dios haga por nuestra existencia y fervor lo que no haría con aquella alma por sus culpas y negligencia que tuvo en vida.

“San Francisco de Sales reprendía a los predicadores católicos que, al hablar del purgatorio, sólo lo presentaban al pueblo por el lado de los tormentos y de las penas que en él sufren las almas, sin hablar de su perfecto amor a Dios y, por consiguiente, del sólido contento de que están colmadas, por causa de su completa unión con la voluntad de Dios, unión tal y tan invariable que no les es posible sentir el menor movimiento de impaciencia ni de enojo, ni querer otra cosa que ser lo que son, mientras así plazca a Dios, aunque sea hasta la consumación de los siglos.

“Acerca del particular aconsejaba mucho la lectura del admirable y casi seráfico tratado del purgatorio, escrito, por pura inspiración divina, por Santa Catalina de Génova.”

“Acerca del pensamiento del purgatorio, su parecer era que hemos de sacar de él más consuelo que temor. La mayor parte, decía, de los que temen el Purgatorio, obran movidos más por su interés y su amor propio que por el interés de Dios; y la causa de esto es que los predicadores, ordinariamente, hablan tan sólo de los tormentos que padecen los que están en aquella prisión, pero no de la felicidad y de la paz que allí gustan.”

“Es verdad que los tormentos son allí tan grandes que los más terribles dolores de esta vida no se pueden comparar con ellos; pero también son tan grandes las satisfacciones interiores que no hay prosperidad ni contento en la tierra que se les pueda igualar.

1º Las almas están allí en una continua unión con Dios.

2º Perfectamente sumisas a su voluntad.

3º O, por mejor decir, su voluntad está de tal manera transformada en la de Dios, que no pueden querer sino lo que Dios quiere.

4º Si se les abriese el paraíso, antes se precipitarían en el infierno que comparecer delante de Dios con las manchas que todavía les afean.

5º Las almas en el Purgatorio se purifican voluntariamente y amorosamente, porque tal es la voluntad de Dios.

6º Y quieren estar allí de la manera que a Dios agrade y por el tiempo que quiera.

7º Son impecables.

8º No pueden tener el menor movimiento de impaciencia.

9º Ni cometer la menor imperfección.

10º Aman a Dios más que a sí mismas y que a todas las cosas, con un amor cumplido, puro y desinteresado.

11º Son consoladas por los ángeles.

12º Tienen asegurada su salvación.

13º Viven en una esperanza, que no puede ser confundida, por larga que sea la espera.

14º Su amargura santísima está en medio de la paz.

15º En una palabra, si es una especie de infierno por el dolor, es un paraíso por la caridad.

16º Caridad más fuerte que la muerte, más poderosa que el infierno, y cuyos destellos son todos de fuego y llamas.

17º El temor servil y la esperanza mercenaria no están mezcladas con este puro amor.

18º Feliz estado, más deseable que temible, pues sus llamas son llamas de amor y de dilección.

19º Temibles, con todo, pues retardan el fin de toda consumación, que consiste en ver a Dios, y amarle, como consecuencia de esta visión, y, por esta visión y este amor, alabarle y glorificarle por toda la eternidad. Para la justificación de todo lo dicho, véase el tratado sobre el Purgatorio, compuesto por Santa Catalina de Génova.3

 

IV TEXTOS ESCOGIDOS DE SANTA CATALINA DE GÉNOVA

(Del Tratado del Purgatorio)

Dice esta Santa:

  1. El fuego del divino amor, que ha encendido la gracia en mi corazón, me hace entender, según me parece, la naturaleza del Purgatorio y la manera con que las almas son allí atormentadas. El efecto de este fuego de amor es borrar la imperfecciones y manchas de mi alma, a fin de que, al salir de esta vida, hallándome enteramente purificada, se digne mi Dios admitirme a su presencia.

Y ved ahí también lo que hace el fuego del Purgatorio en las almas que han dejado la tierra sin estar enteramente purificadas; devora el orín y las manchas del pecado que las desfiguran a fin de darles aquella pureza que les abre en seguida las puertas del Paraíso.

  1. En este horno de amor en que estoy sumergida permanezco continuamente unida con mi amado, y me conformo de buena gana con lo que le place obrar en mi alma, pues tal es precisamente el estado de las ahílas que está purificando Dios en la otra vida. Según veo, aquellas almas cautivas en las prisiones del Purgatorio, no pueden desear otra habitación que la prisión en que Dios las ha justamente encerrado.
  2. La santa voluntad de Dios, que dispone de ellas según su beneplácito, les es tan agradable que en medio de sus tormentos no pueden ser sensibles a lo que las concierne; no ven otra cosa que la divina bondad que se satisface en todo lo que obra con respecto a ellas; no están ocupadas sino en la consideración de su clemencia y de su misericordia, sin reflexionar jamás ni sobre su bien ni sobre su mal.

Si fuese de otro modo, no se podría decir lo que sin embargo es verdad, que están dotadas de una caridad pura.

  1. Jamás habría creído que aquella tranquilidad y contento de que gozan los habitantes del Cielo pudieran ser también la herencia de las almas del Purgatorio, y conciliarse con sus padecimientos, y, sin embargo, nada hay tan verdadero.

Aquella tranquilidad va todavía aumentando todos los días por su comunicación con Dios y su influencia; y este aumento viene a ser mayor a medida que los impedimentos de esta influencia disminuyen. No siendo este impedimento otra cosa que el orín del pecado, que es destruido por el fuego, el alma se purifica más y más y se prepara a las comunicaciones divinas.

Me valdré de una comparación que puede dar alguna luz sobre esta vedad. Un cristal cubierto de una capa de lodo no podría recibir los rayos del sol sin que esto proviniese del astro, el cual no cesa de esparcir su luz por todas partes; sino porque esta luz está interceptada por aquel cuerpo extraño. Empezad a limpiar aquel cristal y veréis cómo va penetrándole la luz a proporción que lo limpiáis. De la misma manera el pecado es un orín que cubre el alma y la impide el recibir los rayos del verdadero sol, que es Dios; más el fuego del Purgatorio devora aquel orín, y, a medida que éste desaparece, el alma recibe con más abundancia aquella luz divina que introduce consigo el contento y la paz.

Se hace, pues, un aumento sucesivo de tranquilidad en las almas del Purgatorio por medio de la acción devoradora del fuego en el impedimento que se oponía a ella, y este efecto va aumentando siempre hasta que expira el plazo señalado de la pena; este tiempo disminuye también cada día v a cada instante; pero no sucede lo mismo con la pena que resulta de la tardanza de la vista de Dios, pues ésta no disminuye, aunque se acerque a su término.

  1. En cuanto a lo que concierne a la voluntad de las almas que padecen, digo que es tal que jamás llaman suplicios a sus suplicios, jamás les sucede de considerarlos como tales, tanto es lo que las calma y tranquiliza el saber que ésta es la disposición de Dios con respecto a ellas, por medio del amor puro que las hace abrazar aquella santa y toda amable voluntad.
  2. El origen y el fundamento de todas las penas, primeramente, es el pecado original, y después el pecado actual. Ved aquí lo que se ha de entender bien antes de pasar adelante.

Cuando Dios crea un alma, de parte de Dios, sale de sus manos pura, simple, exenta de toda mancha de pecado, y dotada de un instinto que la impele hacia él como su centro y su beatitud. Pero el pecado original debilita mucho este instinto, y más todavía el pecado actual. Cuanto más disminuye este instinto, tanto peor viene a ser el pecador; cuanto peor es, menos se le comunica Dios por su gracia; de manera, sin embargo, que jamás le priva enteramente de ella, porque de otro modo su salvación sería imposible. Así pierde sucesivamente lo que hay en él de bueno, pues lo que es bueno no lo es sino por participación de la bondad divina.

De esto se desprende que esta bondad divina se comunica a los habitantes del cielo, como a él le place, es decir, según la medida determinada en sus decretos; pero no hace lo mismo con respecto a las almas que viven sobre la tierra.

Se comunica más o menos a éstas según las encuentra más o menos exentas del pecado, que es lo que pone obstáculo a su participación. Cuando, pues, un alma culpable vuelve a su pureza primitiva, a aquella inocencia en que fue creada, vuelven a empezar sus comunicaciones con Dios. Entonces aquel instinto beatífico que había perdido vuelve, y se aumenta de cada día; y el fuego del divino amor que la inflama, la impele con tanta fuerza hacia su último fin, que todo impedimento que encuentre en su camino le es un tormento insoportable; y cuanto más claramente ve lo que la detiene, tanto más es lo que padece.

  1. En cuanto a las almas del Purgatorio, siendo su voluntad enteramente conforme a la santa voluntad de Dios, gozan de una dulce tranquilidad. Este Dios comunicativo se complace también en hacerlas participantes de su inefable bondad, porque, estando libres de la culpa del pecado, y habiendo vuelto a la pureza primitiva, no hay en ellas nada más que se le oponga.

Digo que son puras de todo pecado porque, habiéndolos confesado con una contrición sincera antes de dejar la vida, Dios les perdonó generosamente la culpa, de modo que no les queda más que la mancha, o el orín que ha de ser devorado por el fuego.

Estando, pues, exentas de toda culpa, y unidas a la santa voluntad de Dios, lo contemplan más o menos claramente, según la luz que Él les da; y si no disfrutan todavía de la visión intuitiva, ni el gozo que ella causa, a lo menos conocen el precio de aquel inestimable beneficio.

Además, estas almas, a causa de la conveniencia que tienen con Dios, son muy aptas para la unión divina para la cual han sido creadas y el instinto natural que Dios les da las lleva hacia Él con tanta fuerza, que yo no sabría encontrar ni comparación ni ejemplo ni modo para hacer entender su impetuosidad tal corno mi espíritu la concibe. No obstante, probaré de decir sobre ello alguna cosa.

  1. Supongo lo 1.° que no hubiera en toda la extensión de la tierra más que un solo pan para alimentar a los hombres y que sólo se necesitase verlo para saciarlos; ¿no es verdad que aquel pan se llevaría la atención de toda la especie humana?

Supongo lo 2.° que un hombre, teniendo el apetito natural que se tiene estando en buena salud, se abstuviese de todo alimento sin estar enfermo, y hasta sin experimentar ninguna debilidad; evidentemente, se concibe que, cuanto más prolongaría esta abstinencia, conservando siempre el mismo apetito, tanto más apremiante sería su hambre.

Supongo lo 3.° que este hombre estuviese bien lejos de aquel pan, sabiendo muy bien que sólo su vista puede saciarle: ¿no es verdad que cuanto más a él se acercase sin poderlo ver, tanto más padecería su natural apetito?

Supongo, en fin, que adquiriese la certidumbre de no verlo jamás; ¡oh! poseído entonces de un deseo violento, y privado de toda esperanza de satisfacerlo, esta privación eterna vendría a ser para él una especie de infierno en donde sufriría como sufren los condenados, los que, hambrientos de Dios, saben que la vista de aquel verdadero pan de vida les está prohibida para siempre.

Tal es, pues, la triste posición de las almas del Purgatorio, excepto la desesperación, porque tienen la esperanza cierta de ver un día aquel pan, esto es a Jesús, nuestro Dios, nuestro Salvador y nuestro amor, a quien cuando vean claramente les saciará todos sus deseos.

  1. El alma justa, al salir de su cuerpo, viendo en sí misma alguna cosa que empaña su inocencia primitiva, y se opone a su unión con Dios, experimenta una aflicción incomparable, y como sabe muy bien que este impedimento no puede ser destruido sino por el fuego del Purgatorio, se baja allí de repente y con plena voluntad, de manera que quien la detuviese en el camino la serviría muy mal. Sus tormentos serían más intolerables en cualquiera otro lugar que en aquel que está especialmente designado a su purificación, a que sufriese en cualquier otro lugar, que dejaría subsistir el obstáculo para su felicidad, sería todavía más cruel, aunque este lugar fuera el cielo.
  2. Aquel bello cielo, en efecto, si le consideramos de parte de Dios, no tiene puertas. Está abierto para todos los que quieran entrar en él. Su dueño, como es infinitamente misericordioso, tiene constantemente abiertos los brazos para abrazar a las almas y recibirlas en su gloria; pero la pureza de su esencia es tal, que un alma, inficionada de la menor mancha, preferiría precipitarse en mil infiernos, antes que comparecer en aquel estado ante su divina Majestad. Sabiendo, pues, que el Purgatorio es el baño destinado a lavar esta especie de manchas, corre allá apresuradamente, y se precipita en sus llamas, pensando mucho menos en los dolores que se le esperan que en la dicha de encontrar allí su primera pureza.

En cuanto a la pena de sentido, le parece suave en comparación de aquella que le hace padecer la tardanza de su unión con Dios.

  1. El más terrible de los tormentos es, sin contradicción, el obstáculo que encuentra en ellas la santa voluntad de Dios, que ven arder por ellas en el más vivo amor.

Este amor está continuamente en acción para introducir en aquellas almas la relación unitiva a fin de atraérselas. Se ocupa de ellas tan constantemente como si fuese esta su única operación. Por lo mismo están tan conmovidas, que, si existiese otro Purgatorio más cruel que el que habitan, se precipitarían al momento en él, por verse libres más pronto de su funesto impedimento.

  1. Dios la tiene en el fuego hasta que todas sus imperfecciones y todas sus impurezas estén destruidas. Después, cuando es perfectamente pura, el amor la transforma enteramente, de modo que nada le queda de ella misma, y su ser en cierto modo es Dios. Entonces, no teniendo nada más que pueda ser consumido, viene a ser impasible; de modo que, si continuase permaneciendo en el fuego, en lugar de hacerla padecer, sería para ella el fuego del divino amor que le haría encontrar el cielo en aquel lugar de suplicios.
  2. El alma encerrada en aquellos lugares bajos, arde en un deseo tan vivo de transformarse en Dios, que este deseo hace su purgatorio; porque no es el lugar lo que purifica al alma, sino la pena producida por el impedimento que detiene su instinto unitivo.

El amor divino, que encuentra en ella tantas imperfecciones secretas, que, si ella las viese, está sola vista la reduciría a una especie de desesperación, trabaja por destruirlas, sin que ella coopere.

En fin, este fuego siempre creciente se hace tan vivo, que las consume enteramente, y cuando están consumidas, Dios se las manifiesta, y las hace conocer la operación divina a la cual deben el regreso a la pureza de su creación.

  1. Aunque el divino amor, que se derrama en las almas del purgatorio con una abundancia que creo concebir y no puedo explicar, las tranquiliza; sin embargo, su suplicio no disminuye.

Diré más: es la tardanza del goce de este amor la causa de su pena, pena tanto más cruel cuanto es más perfecto el amor de que Dios las hace capaces.

Gozan, pues, aquellas pobres almas de la más profunda tranquilidad, al mismo tiempo que sufren el más horrible tormento, sin que lo uno perjudique a lo otro.

Aquellas almas, no teniendo ya elección propia, no pueden ver ni querer otra cosa que aquella voluntad santa. Si las oraciones de los vivos, las indulgencias, o el santo Sacrificio les procuran alguna abreviación de tormento, esto no promueve en ellas ningún deseo de ver o considerar aquella limosna de otro modo que en la balanza de la voluntad divina.

Cualesquiera que sean, pues, las disposiciones de Dios con respecto a ellas, ya sean alegres y deleitables, ya tristes y dolorosas, permanecen inmóviles, sin mirarse a sí mismas: porque les es imposible, como lo he dicho ya, ensimismarse, si es lícito hablar así: tan transformadas están en la santa voluntad de Dios, a cuyas disposiciones se sujetan de un modo el más perfecto.

  1. La gracia produce en las almas del Purgatorio dos efectos que, según observo, ellas los ven y conocen.

El primero es, que padecen sus tormentos de buena voluntad, y los miran como una gran misericordia, considerando, por una parte, la incomprensible majestad de Dios y, por otra, sus atrevidas ofensas y los castigos que merecen. Es cierto, en efecto, que, si la bondad de Dios no atemperase su justicia por medio de la satisfacción de la sangre preciosa de Jesucristo, un solo pecado mortal sería digno de mil infiernos. Encuentran, pues, su suplicio tan conveniente y tan justo, que no quisieran que su rigor fuese disminuido en lo más mínimo; y, en cuanto a su voluntad, están tan contentas de Dios como si las hubiese admitido ya en las delicias eternas.

El segundo efecto de la gracia en las almas es la alegría que conciben viendo que Dios tío deja de amarlas mucho, mientras las castiga.

Dios en un instante imprime en su entendimiento estas dos verdades; y, como están en estado de gracia, las conciben tales cuales son, cada una, sin embargo, según su capacidad. De aquí se sigue, que experimentan una gran alegría, alegría que jamás disminuye, y que, al contrario, aumenta a medida que se acercan más a Dios.

Por lo demás, no ven estas verdades ni en sí mismas ni por sí mismas; las ven en Dios, de quien se ocupan más que de sus tormentos; porque la menor visión que se puede tener de Dios excede todos los suplicios y todas las alegrías imaginables.

Esta alegría en ellas nada quita del dolor, ni el dolor a la alegría.

  1. He dicho al principio de este tratado lo que me ha hecho conocer el estado de las almas del Purgatorio; pero deseo declarar aquí más claramente mi pensamiento.

Hace dos años que mi alma está en una situación semejante a la de aquellas almas; yo experimento sus penas, y de día en día más sensiblemente. Me parece que mi alma permanece en mi cuerpo como en el Purgatorio; pero de modo que este cuerpo puede sufrir sus penas sin morir, hasta que este suplicio, que va aumentando poco a poco, lo aniquile enteramente y lo destruya.

Encuentro mi consuelo y alegría en el cumplimiento de la voluntad de Dios, y el mayor suplicio que podrían imponerme, sería sustraerme a sus disposiciones, que confieso ser tan justas como misericordiosas.

El alma cuánto más estima a Dios, tanto más afligida está de lo que la separa de Él. Siendo así que ella estima tanto más a Dios, cuanto más le conoce, y le conoce tanto mejor cuanto más pura está de pecado.

En el punto, pues, en que vuelve a entrar en su estado primitivo de inocencia es cuando padece más; pero cuando todo impedimento está destruido, y está enteramente transformada en Dios, entonces el conocimiento de Él nada deja que desear y su bienaventuranza es perfecta.

Así como un mártir que prefiere la muerte a la desgracia de ofender a Dios, siente el dolor que le quita la vida, pero la desprecia por el celo de gloria divina que le comunica la luz de la gracia; así también el alma iluminada de lo alto sobre la sabiduría de las disposiciones de la voluntad de Dios hace más caso de aquella santa voluntad que de todos los tormentos, ya interiores, ya exteriores, por crueles que sean. La razón es, porque, cuando Dios hace que un alma piense en Él la vuelve tan aplicada y tan atenta a su Majestad, que todo lo demás a sus ojos es nada. Entonces está despojada de toda propiedad, no ve ni conoce los motivos de su condena, ni el suplicio que padece. Ella ha visto todo esto al salir de la vida, pero su recuerdo se le quitó en aquel instante y para siempre.

Acabo haciendo observar que Dios, que es infinitamente bueno, así como es infinitamente grande, purificando al hombre en el fuego del Purgatorio, consume y aniquila todo lo que el hombre es naturalmente, para transformarlo en Él y hacerlo Dios, en cierto modo.

 

V DOCTRINA DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS

Es ciertamente una sorpresa muy agradable, cuando se leen sus escritos referentes al Purgatorio, observar con cuánta exactitud concuerdan los de Santa Catalina de Génova, con los textos de Santa Teresita, en la apreciación de las penas y los goces que allí experimentan las santas almas cumpliendo su purificación final y segura para entrar a la gloria del Cielo, y disfrutar de la visión beatífica que es la felicidad eterna.

El origen de su conocimiento y comprensión del estado en que se hallan las almas del Purgatorio es el mismo: el amor de Dios que invade su alma y se apodera de todo su ser. “La gracia que ha encendido en mi corazón el fuego del amor divino — dice Santa Catalina — me hace entender según me parece, la naturaleza del Purgatorio y la manera cómo allí son atormentadas. El efecto de este fuego de amor es borrar las imperfecciones y manchas de mi alma a fin de que, al salir de esta vida, hallándome enteramente purificada, se digne mi Dios, admitirme a su presencia.

” Y he aquí también lo que hace el fuego del Purgatorio en las almas que han dejado la tierra sin estar enteramente purificadas; devora el orín y las manchas del pecado que las desfigura, a fin de darles aquella pureza que les abre en seguida las puertas del paraíso.”

Comparemos lo que nos dice Santa Teresita cuando explica a la Madre Inés, lo que sintió cuando le dio el permiso para hacer su acto de ofrenda al Amor Misericordioso: “Desde aquel día feliz me parece que el Amor me penetra y me envuelve, me parece que a cada momento este Amor misericordioso me renueva, me purifica el alma y no deja en ella ni rastro de pecado, y por eso no puedo temer el Purgatorio”.

Conviene fijarnos en que ha sido el mismo fuego del Amor con que Dios se ha posesionado de cada una de estas dos almas, sin ahorrarles los sufrimientos, y como a través del mismo Amor divino les ha dado el conocimiento y la comprensión del estado en que se encuentran las almas del Purgatorio, y puede hacernos comprender la coexistencia del dolor y el gozo en el Purgatorio al considerar cómo ya en esta vida y en dos santas tan dispares, el Amor de Dios les da conjuntamente tanta pena y tanto goce.

En segundo lugar conviene notar de una manera especial cómo este fuego de Amor divino, les ha producido idénticos efectos sobre la purificación de sus almas, sin dejar en ellas ni rastro de pecado; y por eso están en disposición de entrar en el cielo inmediatamente después de su muerte sin pasar por el Purgatorio.

Santa Catalina de Génova dice bien claro: “En este horno de Amor en que estoy sumergida, permanezco continuamente unida con mi Amado, y me conformo de buena gana con lo que le place obrar en mi alma; …a fin de que al salir de esta vida hallándome enteramente purificada se digne mi Dios admitirme a su presencia”.

Y Santa Teresita constatando que el Amor misericordioso la renueva, le purifica el alma y no deja en ella ni traza de pecado — dice — por eso no puedo temer al Purgatorio.

Resulta bien claro que las dos santas declaran que, con el fuego del Amor divino, sufren un Purgatorio por adelantado en esta vida de tal manera que las eximirá de sufrirlo en el otro mundo. Y aquí en la tierra lo sufren con más facilidad y con más mérito, y en el cielo lo gozarán con mayor gloria y felicidad.

Y en este punto Santa Teresita añade un texto valiosísimo sobre este tema.

“Sé muy bien que por mí sola no merecería ni tan sólo entrar en aquel lugar de expiación, ya que sólo tienen acceso las almas santas; pero también sé que el juego del Amor es más santificante que el del Purgatorio. Queremos subrayar fuerte y claro esta idea por su elevación y profundidad, por su luz y su práctica que pueden servirnos de norma principal en todos nuestros actos, pensamientos, afectos, oraciones y sufrimientos de nuestra vida. Santa Teresita quiso reducir toda su vida y su doctrina espiritual al Amor. Y nosotros hemos de estudiar este Amor misericordioso y hacerlo crecer en nosotros por el Caminito de la Infancia Espiritual que nos enseña, con unos medios tan sencillos que están al alcance de las almas más pequeñas que ponen en ello su buena voluntad.

Los sufrimientos por el amor de Dios no nos han de espantar. Menguar nuestro amor a Dios por el temor de sufrir, es desconocer cómo Dios nos ama. Su Amor divino en cualquier forma, tiempo y circunstancia que Él quiera hacérnoslo sentir, nos trae fortaleza, ánimo, luz y resolución para aceptarlo, disfrutarlo y agradecérselo, contando siempre con la gracia que nos ha merecido con su redención.

Los mártires nos dan un ejemplo vivo y bien claro. Y aunque no se trate de sufrimientos exteriores o visibles, el Amor divino tiene su martirio propio en un orden espiritual muy elevado. Santa Teresita queriéndose ofrecer con un amor perfecto, y entregarse a Dios como víctima de holocausto a su Amor misericordioso, conocía bien que el Amor tiene su sacrificio, aunque sea de un orden superior en dignidad y eficacia. Por eso al ofrecerse como víctima al Amor le decía: “suplicándoos que me consuma sin cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de ternura infinita que están recluidas en Vos, y que así, oh Dios mío, yo sea mártir de vuestro Amor”.

“Que este martirio después de haberme preparado para comparecer ante Vos, me haga, por fin, morir, y que mi alma se entregue sin demora, al eterno abrazo de vuestro misericordioso Amor”.

Sabía bien lo que pedía y a Quién lo pedía. En Dios todo es Amor, su ley es Amor, sus procedimientos son Amor. En este mundo a menudo mezclados con dolor y sacrificio, y en el cielo puramente con alegría, gozo y felicidad eterna.

Ella pide que el Amor misericordioso la consuma sin cesar como víctima de holocausto, enteramente y llegue a ser mártir de su Amor; que la prepare para comparecer ante Dios y al fin que su alma se entregue sin demora al eterno abrazo de su misericordioso Amor.

Son las mismas ideas de Santa Catalina de Génova, la misma consecuencia: al morir, directamente al cielo.

 

ESTIMA Y DEVOCIÓN DE SANTA TERESITA A LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Según lo que ella pensaba y entendía del Purgatorio, las penas de aquel fuego ya quedaban saldadas en este mundo, con el fuego del Amor misericordioso, para aquellas almas que, como ella, se hubiesen consagrado a Él enteramente; puesto que el fuego del Amor divino, santifica más que el del Purgatorio y a ella la purificaba tan perfectamente que no le dejaba ni rastro de pecado. Por otra parte, no se preocupaba poco ni mucho de ahorrarse aquellas posibles penas. Y siendo así no nos ha de extrañar aquellas frases referentes a este tema que la santa nos ha legado: “Yo no hubiera querido recoger una paja para evitar el Purgatorio. Todo cuanto yo he hecho, lo he hecho para dar gusto al buen Dios, para salvarle almas”.4

“No sé si yo iré al Purgatorio, no me preocupa en manera alguna; pero si voy allí no sentiré no haber hecho nada para evitarlo; nunca me arrepentiré de haber trabajado únicamente para salvar almas. “Estuve contenta de saber que nuestra Madre Santa Teresa pensaba así.”5

¡Si supieran qué dulce ha de ser mi juicio! Pero si el buen Dios me riñe un poquito, de todas maneras, lo encontraré suave. Si voy al Purgatorio también estaré allí muy contenta. Haré como los tres hebreos: me pasearé por el horno entonando el cántico del Amor ¡Oh! qué feliz me sentiría si aún allí, pudiese librar otras almas, sufrir en su lugar, porque entonces haría una obra de misericordia: «redimir cautivos».”6

Todo esto era por lo que se refiere a su propia persona; pero en cuanto se refería a las almas del Purgatorio, “ella era muy devota y diligente a ofrecerles sus sufragios, había hecho el «acto heroico» en favor de las almas del Purgatorio, y puesto en manos de la Santísima Virgen la parte expiatoria y satisfactoria de sus propios méritos diarios, para que Ella se encargase de aplicarlos. Varias veces por semana practicaba piadosamente el ejercicio del Vía Crucis, por los difuntos, rezando cada vez a esta intención seis Padrenuestros y seis Ave–María”.

“Cierto día cuando ya la fiebre y la opresión la habían reducido a una debilidad extrema, pidió, como gracia, que se le dispensara de esa práctica. Uno de los últimos días dijo a la enfermera: «Tenga la bondad de darme un crucifijo para besarlo después de haber rezado un acto de contrición, y alcanzar la indulgencia plenaria en favor de las almas del Purgatorio. ¡Ya no les puedo ofrecer otra cosa!».”7

Si contemplamos el Purgatorio en su realidad, es decir, como el laboratorio divino del Amor misericordioso, donde sufren las almas santas los últimos retoques para entrar en el cielo, y pensamos que Dios mismo es el único operador, el único instrumento y el único medicamento que usa es su Amor prodigioso por cada una de las almas que Él purifica, nuestro corazón se va sintiendo más suavizado, y más atraído a abandonarse en manos de Dios, enteramente, para que Él haga lo que quiera de nosotros.

Y perseverando en estos pensamientos, el alma pequeña que sigue el caminito de la Santa, buscando no sólo abandonarse totalmente a la voluntad de Dios, sino amarlo dulcemente en el sufrimiento, con toda su buena voluntad, que es el sincero y verdadero Amor de nuestro corazón, aunque no experimentemos ninguna impresión sensible. Por este camino del abandono en Dios, se llega finalmente a la perfección del amor. ¡Qué fácil y sencillo es! Falta sólo perseverar en él, humildemente, pacíficamente… el resultado es seguro.

Las almas pequeñas, las que van a Dios por el caminito de la Infancia Espiritual, todas acaban por consagrarse al Amor misericordioso. Y asimismo podrán exclamar como Santa Teresita y repetir: ¡Oh, qué dulce es el camino del Amor! ¡Oh, cómo deseo dedicarme siempre con el más absoluto abandono a cumplir la voluntad de Dios!8

 

FLORILEGIO ESPIRITUAL

 

IMITACION DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Consuelos espirituales para los que sufren

 

OLVIDO DE SÍ MISMO

CONSIDERACIÓN. Dice Santa Catalina de Génova en su “Tratado del Purgatorio”, que las benditas almas están plenamente unidas a la voluntad de Dios, y “la santa voluntad de Dios que dispone de ellas a su beneplácito, les es tan agradable, que aun en medio de sus tormentos, no pueden pensar en sí mismas con aumentó de su pena; no ven otra cosa que la divina Bondad que se complace en todo lo que obra con respecto de ellas; no están ocupadas sino en la consideración de su clemencia, sin reflexionar jamás ni sobre su bien ni sobre su mal. Si fuese de otro modo, no se podría decir de ellas, lo que sin embargo es verdad, que están dotadas de una caridad pura”.

APLICACIÓN. ¡Si yo supiera entregarme, como ellas, únicamente al cumplimiento amoroso de la voluntad divina, plenamente, enteramente, sin pensar en mí, ni aumentar mis males con la consideración de los mismos! ¡Si yo supiera, como ellas, ocuparme solamente en la consideración de la divina clemencia y misericordia conmigo! ¡Si yo supiera, como ellas, complacerme en ver cómo se satisface Dios en todo lo que obra en mí, aun dejándome sufrir! ¡Entonces también yo estaría, como ellas, dotada de caridad pura! ¡Oh qué dicha! Y ¿por qué no lo he de intentar? ¿Es por ventura imposible o tan difícil? ¡Si precisamente éste es mi ideal y mi deseo más ardiente!

PLEGARIA. Señor, no quiero ver ni saber si vuestros designios sobre mí, son de placer o de dolor; sólo quiero ver y saber que os complacen a Vos; que cumplen vuestra voluntad sobre mí, y que esta voluntad siempre es santa, siempre buena, siempre amorosa, y siempre suave, aun en medio del sufrimiento, y que cumpliéndola yo os complazco y me santifico. Nada más quiero saber ni desear; cumplid Señor, en mí, toda vuestra voluntad. Amén.

 

TRANQUILIDAD Y GOZO IMPERTURBABLES

CONSIDERACIÓN. “Jamás hubiera creído — dice Santa Catalina de Génova— que aquella tranquilidad y gozo que disfrutan los habitantes del Cielo pudieran ser también la herencia de las almas del Purgatorio y conciliarse con sus padecimientos; y, sin embargo, nada hay más verdadero. Sufren en el fuego y sufren cruelmente, sin duda; pero tal es la voluntad de Dios, y ellas, no pudiendo separarse ya de la caridad, aprueban la voluntad de Dios y no tienen libertad para querer o desear otra cosa que lo que es conforme a la pura caridad.” “Aquella tranquilidad, va aumentando todos los días por su comunicación con Dios y su influencia” a medida que se van purificando. “Jamás llaman suplicios a sus suplicios, jamás les ocurre considerarlos como tales; tanto es lo que las calma y tranquiliza el saber que ésta es la disposición de Dios respecto a ellas, por la caridad o amor puro que las hace abrazar aquella santa y toda amable voluntad”.

APLICACIÓN. ¡Oh dichosa e imperturbable paz de aquel santuario del dolor! ¿Cómo podría yo adquirirla y disfrutarla en medio de mis penas, sufrimientos, tristezas y desalientos? Purificando mi amor a Dios, como las benditas almas del Purgatorio; a medida que mi amor sea más puro, tanto más me gozaré en la voluntad de mi Dios, y tanto más imperturbable será mi paz y resignación en el sufrir.

PLEGARIA. Veo, Señor, que mi amor a Vos no está del todo desprendido del amor a mi propia ventaja; que el pensamiento de mi persona, de mi estado, de mis afectos, de mis conveniencias y contrariedades, de mis temores y esperanzas, va inmediatamente unido y en seguimiento de mi amor a Vos, de mi oración, y hasta de mis ofrendas y sacrificios. Si yo lograra desprenderme de todos mis intereses para unirme sólo a Vos, entonces, como las almas benditas, tampoco me parecerían padecimientos las cosas que sufro, ni serían para mí contrariedades las cosas que me disgustan. Mas esta gracia, sólo Vos, Dios mío, me la podéis dar; yo la deseo y os la pido de todo corazón. Y si alguna vez me veis triste y desalentada, llorosa y contrariada, ved, mi buen Jesús, como no es la parte superior de mi alma, ni mi voluntad racional; es sólo mi flaqueza innata, mi pobre corazón de carne, mi humana miseria, mi cuerpo de tierra del cual no me puedo desprender. Que valga mi súplica serena y firme de ahora, para entonces, que mi desolación y mi cobardía momentánea pudieran alterar la expresión de mi plegaria y los sentimientos de mi corazón. Amén.

 

CÓMO AMA DIOS A LAS ALMAS Y SE OCUPA DE ELLAS

CONSIDERACIÓN. Dice Santa Catalina en su Tratado del Purgatorio, que Dios no deja de hacer nada para que aquellas almas entren en su divina unión. “La inflama con un amor tan ardiente, y la atrae con tanta fuerza, que, si el alma no fuera inmortal, bastaría para volverla a la nada. De tal manera la transforma en Él que, olvidándolo todo y olvidándose de ella misma, no ve sino a Aquel que la abraza, que la atrae, que la purifica para volverla al origen de donde salió, eso es, Él mismo, que es justamente su principio y su fin. Con el calor de este gran fuego en su seno, se ablanda y se derrite; pero al mismo tiempo sufre tormentos crueles.”

“Este Amor está continuamente en acción para introducir en aquellas almas la relación de unión, a fin de atraérselas. Se ocupa de ellas tan constantemente, como si fuera su única ocupación. Por esto ellas están tan conmovidas, que si existiese otro Purgatorio más cruel en el que habitan, al momento se precipitarían en él, para verse libres más pronto de su funesto impedimento.”

APLICACIÓN. ¿Por ventura Dios no se ocupa de mí con parecido amor y tanto miramiento como si yo fuese su única ocupación? Me deja sufrir, o mejor, me hace padecer permitiendo mis enfermedades, mis humillaciones, mis repugnancias naturales, casi rebeldías, para que yo me ablande y me derrita, dejándome moldear en el crisol del sufrimiento, que es donde Él prueba a sus predilectos y fragua su santidad. Y a mí me trata como a sus predilectos más amados; también hizo o dejó sufrir a los suyos y mucho más que a los otros no tan queridos. ¿Seré tan torpe de perderme esta ocasión, no queriendo entrar en unión tan íntima y pura con Él, por encontrar demasiado caro el precio que me exige? ¿Por ventura no ha ido proporcionando mis sufrimientos a mis fuerzas? ¡Cuán emocionada y conmovida debería estar yo al ver vuestro tierno amor para conmigo precisamente mostrado en mis dolencias!

PLEGARIA. Señor, si yo estuviera abrasada en el fuego de vuestro amor como las benditas almas del Purgatorio, me daría por inmensa-mente feliz de padecer según vuestra santísima y amantísima voluntad. No os pido, pues, que me quitéis mis males (si no es ésta vuestra voluntad), sino que me abraséis en vuestro Amor y sea éste mi mayor martirio, que me haga morir y lanzarme inmediatamente en vuestros brazos por toda la eternidad. Así sea.

 

DELICADEZA DE DIOS PARA CON LAS ALMAS

CONSIDERACIÓN. Dios no deja ver o comprender el proceso de purificación que con las almas del Purgatorio sigue; y esto, en bien de ellas mismas, para no aumentar su pena. Santa Catalina lo explica así: “El alma encerrada en aquellos bajos lugares, se abrasa en un deseo tan vivo de transformarse en Dios, que este deseo hace su Purgatorio; porque no es el lugar lo que purifica el alma, sino la pena producida por el impedimento que detiene su instinto de unión con Dios.

El Amor divino encuentra en ella tantas imperfecciones secretas, qué si ella las viera, está sola vista la llevaría a una especie de desesperación, y por eso trabaja Dios para destruirlas sin que el alma coopere. Al fin, este fuego siempre creciente, se hace tan vivo que las consume por entero, y cuando están consumidas, Dios se manifiesta a ellas y les da a conocer la operación divina a la cual deben el haber vuelto a la pureza de su creación.” “Se ha de saber que lo que es perfecto a los ojos del hombre, está lleno de defectos a los ojos de Dios.” “Para la perfección absoluta de nuestras obras es preciso que se hagan en nosotros sin nosotros, no sirviéndose Dios de nosotros sino como de simples instrumentos para hacerlas. Pues aquellas obras que en nosotros hace Dios solo, sin que nosotros cooperemos, por medio de la última operación de su puro amor, son tan ardientes y penetran en el alma tan profundamente, que la criatura que las experimenta sufre como si tuviera un fuego que la consumiera.”

APLICACIÓN. Estas consideraciones me dan ocasión de humillarme grandemente, pues mi Purgatorio no lo enciende, como en aquellas benditas almas, el abrasarme en un deseo vivísimo de unirme y transformarme en Dios, sino más bien el deseo impaciente de salir de mi inacción, de curar mis enfermedades, de que terminen mis sufrimientos, y de volver a la normalidad de mi vida, santa sí, pero que circunstancialmente no la quiere Dios, antes bien me prueba con esta interrupción.

Yo dejaré a Dios que haga en mí lo que su santísima y amorosísima voluntad le plazca, aunque no me lo dé a conocer para mi propio bien; en el Cielo yo veré qué trabajo tan primoroso ha hecho o intentado hacer en mí, por medio de mis dolencias y padecimientos.

PLEGARIA. Desde ahora ya, ¡gracias, Dios mío y no tengáis en cuenta mis desvíos de flaqueza! Si me veo tan llena de faltas e imperfección a mis propios ojos, ¡qué sería si me viera como soy delante de Vos! Continuad en mí, Señor, vuestro trabajo de purificación amorosa para conmigo y no atendáis a ninguna oración ni súplica mía que estorbe vuestra labor en mí, antes bien cumplidla y perfeccionadla plenamente según vuestra voluntad. Amén.

 

ALEGRÍA QUE CAUSA AL ALMA EL AMOR DE DIOS

CONSIDERACIÓN. La gracia divina produce en las benditas almas del Purgatorio unos efectos que ellas conocen y ven, como dice Santa Catalina. “El primero es que sufren sus tormentos de buen grado, y los miran como una gran misericordia, considerando, por una parte, la incomprensible Majestad de Dios, y por otra, sus atrevidas ofensas y los castigos que merecen. Pues efectivamente, es cierto que, si la bondad de Dios no templase su Justicia por medio de la satisfacción de la Preciosísima Sangre de Jesucristo, un solo pecado mortal sería digno de mil infiernos. Encuentran, pues, su suplicio tan conveniente y tan justo, que no querrían que su rigor fuese disminuido en lo más mínimo; y en cuanto a su voluntad, están tan contentas de Dios como si las hubiese admitido ya en las delicias eternas.”

El segundo efecto de la gracia en las almas benditas, es la alegría que conciben viendo que Dios, mientras las castiga, no deja de amarlas mucho. En un solo instante, Dios imprime en su entendimiento estas dos verdades; y como están en gracia, las conciben tal como son; cada alma, no obstante, según su capacidad. De aquí se sigue que experimentan una alegría que jamás disminuye, antes, al contrario, aumenta a medida que se van acercando más a Dios. Por lo demás, no ven en estas cosas ni en sí mismas, ni por sí mismas; esto lo ven en Dios, del cual se ocupan más que de sus tormentos; porque la más pequeña visión que se pueda tener de Dios sobrepuja a todos los suplicios y a todas las alegrías imaginables. No obstante, esta alegría en ellas no quita nada a su dolor, ni el dolor tampoco quita nada a su alegría.”

APLICACIONES.

  1. Las benditas almas del Purgatorio sufren de buen grado sus tormentos y los miran como una gran misericordia… Comparando sus pecados con la Majestad de Dios ofendida por ellos, les parece justo su castigo y no lo querrían cambiar ni disminuir…¡Qué fácil es aplicarme personalmente estos sentimientos… y qué justo!… Pero están contentas, contentísimas… Contentísima he de estar yo de que Dios cuide amorosamente de mí, aunque sea para hacerme sufrir.
  2. Dios no deja de amar aquellas benditas almas aun cuando las castiga… ¡Pensamiento conmovedor!… También a mí me ama Dios, aunque me castigue, y precisamente porque me ama. Dice la Biblia: “Dios castiga al que ama, como un padre ama a su hijo” (Proverbios, cap. III, 12).
  3. La alegría de las benditas almas no mengua, sino que va aumentando a medida que se acercan a Dios por su purificación progresiva… Cuanto más me acerque a Dios, más aumentará mi gozo y alegría espiritual. Cuanto más desprendido esté de lo corporal y terreno, más libre me hallaré para unirme a Dios. En el sufrimiento y en la adversidad estamos más cerca de Dios… Yo no he de ocuparme más que de Dios y de su voluntad sobre mí… Si yo llego a tener un conocimiento de Dios más íntimo y sentido, será para mí como una visión que superará todas mis penas y todo otro gozo…

La alegría espiritual no me quita ciertamente la capacidad de sufrir; pero tampoco el sufrir puede quitarme que yo goce de Dios en mi interior, en el fondo de mi corazón, en la cumbre de mi voluntad racional, aun sin sentirlo… Aun sufriendo, ¡qué feliz puedo ser!

PLEGARIAS. ¡Oh Dios de bondad! Dadme una fe tan viva en vuestro Amor, que con su fuerza y dulzura supere todos mis sufrimientos; que sepa alegrarme de ser participante de la Pasión de Jesucristo, vuestro Hijo y Salvador nuestro, cuando Vos, Padre celestial, queráis probarme con el fuego de las tribulaciones; y así pueda gozarme con Él, lleno de júbilo cuando se descubra su gloria. Amén. (V. Carta 1ª de San Pedro, IV, 12-13.)

Haced, Señor, que tenga por objeto de sumo gozo el sufrir varias tribulaciones sabiendo que la prueba de nuestra fe produce la paciencia, y la paciencia perfecciona la obra, para que así venga a ser perfecto y cabal, sin faltar en cosa alguna. Amén. (V. Carta de San Jaime, c. I, v. 2-4.)

1 TANQUEREY. Synopsis Theologiae dogmaticae.

2 Mgr. J. P. CAMUS: L ‘Esprit du B. François de Sales. Partie 2me, section XVI

3 Mons. CAMUS: L’Esprit du B. François de Sales. Partie 16me, section XVIII.

4 N. V. 30 julio.

5 N. V. 4 junio.

6 N. V. 8 julio.

7 STANISLAS DE SÉVIGNÉ: Imitación de Santa Teresita del Niño Jesús, pág. 126-127.

8 Manuscritos autobiográficos de Santa Teresa del Niño Jesús, pág. 226.

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