Santa Eulalia de Barcelona

Vida de santa Eulalia de Barcelona, historia de su culto y triduo en honor de la santa.

Santa Eulalia de Barcelona

Vida y Triduo

EDITORIAL BALMES

 

VIDA Y MARTIRIO DE STA. EULALIA DE BARCELONA

La amorosa providencia de Dios nuestro Señor, que sabiamente dirige y gobierna todos los acontecimientos, ha dispuesto que la vida de los santos sea un ejemplo eficaz y un vivo aliciente que estimule a los cristianos a seguir sus pisadas, camino de la Patria celestial.
Santa Eulalia, ciudadana y patrona de Barcelona, nimbada de gloria, nos invita desde el cielo a considerar los pasos de su vida mortal para que, como ella, nos aprestemos a confesar públicamente la Fe cristiana que, cual rico tesoro, recibimos de Dios en el santo Bautismo. Nuestra santa nos enseñó a hacerlo de palabra y de obra, sin desmayos y ante los más graves peligros.
Nació Eulalia en las inmediaciones de nuestra ciudad de Barcelona, probablemente hacia los últimos años del siglo tercero. Descendía, a lo que parece, de noble familia; sus padres, con quienes vivía en una quinta de su propiedad, más que amarla la mimaban cariñosísimamente, impelidos por la humildad, la sabiduría y la prudencia que resplandecían en ella de una manera impropia de su tierna edad. Por encima de todo brillaba en aquella virtuosa niña un acendrado amor a Dios nuestro Señor; su piedad la llevaba a encerrarse cotidianamente en una pequeña celda de su casa con un grupo de amiguitas que había reunido junto a sí para pasar buena parte del día en el servicio del Señor, rezando oraciones que alternaban con el canto de himnos.
Habiendo llegado a la pubertad, hacia los 12 o 13 años, llegó a los oídos de los barceloneses la noticia de que la persecución contra los cristianos volvía a arder de nuevo en todo el Imperio, de manera que quienquiera que se obstinara en negarse a sacrificar a los ídolos era atormentado con los más diversos y espantosos suplicios.
Los emperadores romanos Diocleciano y Maximiano, que habían oído contar la rápida y maravillosa propagación de la fe cristiana en las lejanas tierras de España, donde hasta entonces había sido tan rara aquella fe, mandaron al más cruel y feroz de sus jueces, llamado Daciano, para que acabara de una vez con aquella «superstición». Camino de España, ya en las mismas Galias, ávido de sangre cristiana, Daciano hizo verdadero honor al concepto en que le tenían sus emperadores. Traspasó con veloz carrera los confines de la península, entró en Gerona, vino luego a Barcelona para tomar rápidamente el camino de Zaragoza, Alcalá, Toledo, Ávila, y acabar aquella sangrienta carrera persecutoria en la famosa y próspera ciudad de Mérida; como lobo carnicero pasaba por doquier dejando una estela de sangre en pos de sí en aquellos tranquilos y pacíficos rediles de Cristo.
Al entrar en Barcelona, hizo con todo su séquito, públicos y solemnes sacrificios a los dioses, y dio orden de buscar cautelosamente todos los cristianos para obligarles a hacer otro tanto. Con inusitada rapidez divulgóse entre los cristianos de Barcelona y su comarca la noticia de que la ciudad era perturbada por un juez impío e inicuo como hasta entonces no se había conocido otro. Oyéndolo contar santa Eulalia se regocijaba en su espíritu y se la oía repetir alegremente: «Gracias os doy, mi Señor Jesucristo gloria sea dada a vuestro nombre porque veo muy cerca lo que tanto anhelé, y estoy segura de que con vuestra ayuda podré ver cumplida mi voluntad».
Sus familiares estaban vivamente preocupados por la causa de aquel deseo tan vehemente, que Eulalia les ocultaba, ella que precisamente no les escondía ningún secreto, sino que siempre les explicaba con la prudencia y circunspección debidas cuanto Dios nuestro Señor le revelaba. Pero santa Eulalia seguía sin contar a nadie lo que iba meditando en su corazón, ni a sus padres que tan tiernamente la amaban, ni a alguna de sus amigas o de sus servidoras, que la querían más que a su propia vida; hasta que un día, a la hora del mayor silencio, mientras los suyos dormían, emprendió sigilosamente el camino de Barcelona, al rayar el alba. Llevada de las ansias que la enerdecían y la hacían infatigable, hizo todo el trayecto a pie, a pesar de que la distancia que le separaba de la ciudad fuese tal como para no poder andarla una niña tan delicada como ella.
Llegado que hubo a las puertas de la ciudad, y así que entró, oyó la voz del pregonero que leía el edicto, y se fue intrépida al foro. Allí vio a Daciano sentado en su tribunal, y penetrando valerosamente por entre la multitud, mezclada con los guardianes, se dirigió hacia él, y con voz sonora le dijo: «Juez inicuo, ¿de esta manera tan soberbia te atreves a sentarte para juzgar a los cristianos? ¿Es que no temes al Dios altísimo y verdadero que está por encima de todos tus emperadores y de ti mismo, el cual ha ordenado que todos los hombres que Él con su poder creó a su imagen y semejanza, le adoren y sirvan a Él solamente? Ya sé que tú por obra del demonio tienes en tus manos el poder de la vida y de la muerte; pero esto poco importa».
Daciano, pasmado de aquella intrepidez, mirándola fijamente le respondió desconcertado: «Y ¿quién eres tú que de una manera tan temeraria te has atrevido, no sólo a presentarte espontáneamente ante el tribunal, sino que además, engreída con una arrogancia inaudita, osas echar en cara del juez estas cosas contrarias a las disposiciones imperiales?»
Mas ella, con mayor firmeza de ánimo y levantando la voz, dijo: «Yo soy Eulalia, sierva de mi señor Jesucristo, que es el Rey de los reyes y el Señor de los que dominan: por esto, porque tengo puesta en Él toda mi confianza no dudé siquiera un momento en ir voluntariamente y sin demora a reprochar tu necia conducta, al posponer al verdadero Dios, a quien todo pertenece, cielos y tierra, mar e infiernos y cuanto hay en ellos, al diablo, y lo que es peor, que quieres obligar a hacer lo mismo a aquellos hombres que adoran al Dios verdadero y esperan conseguir así la vida eterna. Tú les obligas inicuamente, bajo la amenaza de muchos tormentos, a sacrificar a unos dioses que jamás existieron, que son el mismo demonio, con el cual todos vosotros que le adoráis, vais a arder otro día en el fuego eterno».
Oyendo Daciano tales requerimientos, mandó que la detuvieran y que inmediatamente la azotaran sin piedad. Mientras sin compasión se ejecutaba el suplicio, decíale Daciano en son de burla: «Oh miserable doncella: ¿Dónde está tu Dios? ¿Por qué no te libra de esta tortura? ¿Cómo te has dejado llevar por esta imprudencia que te hizo ejecutar un acto tan atrevido? Di que lo hiciste por ignorancia, que desconocías mi poder, y te perdonaré en seguida, pues hasta a mí me duele que una persona nobilísima como tú, ya que vienes, según me han dicho, de rancio abolengo, sea tan atrozmente atormentada». A cuyas palabras repuso santa Eulalia: «Esto no será jamás; y no me aconsejes que mienta confesando que desconocía tu poderío; ¿quién ignora que toda potestad humana es pasajera y temporal como el mismo hombre que la tiene, que hoy existe y mañana no? En cambio el poder de mi señor Jesucristo no tiene ni tendrá fin, porque es Él mismo que es eterno. Por esto, no quiero ni puedo decir mentiras, porque temo a mi señor que castiga los mentirosos y sacrílegos con fuego, como a todos los que obran la iniquidad. Por otra parte, cuanto más me castigas, me siento más ennoblecida; nada me duelen las heridas que me abres, porque me protege mi señor Jesucristo, que, cuando sea Él quien juzgue, mandará castigarte por lo que habrás hecho con penas que serán eternas».
Enfurecido y rabioso, Daciano mandó traer el potro. La extienden en él, y mientras unos esbirros la torturaban con garfios, otros le arrancaban las uñas. Pero santa Eulalia, con cara sonriente, iba alabando a Dios nuestro Señor, diciendo: «Oh Señor mío Jesucristo, escuchad a esta vuestra inútil sierva; perdonad mis faltas y confortadme para que sufra los tormentos que me infligen por vuestra causa, y así quede confuso y avergonzado el demonio con sus ministros».
Díjole Daciano: «¿Dónde está éste a quien llamas e invocas? Escúchame a mí, oh infeliz y necia muchacha. Sacrifica a los dioses, si quieres vivir, pues se acerca ya la hora de tu muerte, y no veo todavía quien venga a librarte».
Mas, he aquí que santa Eulalia gozosa le respondió: «Nunca vas a tener prosperidad, sacrílego y endemoniado perjuro, mientras me propongas que reniegue de la fe de mi Señor. Aquel a quien invoco está aquí junto a mí; y a ti no es dado el verle porque no lo mereces por culpa de tu negra conciencia y la insensatez de tu alma. Él me alienta y conforta, de manera que ya puedes aplicarme cuantas torturas quieras que las tengo por nada»..
Desesperado ya y rugiendo como un león ante aquel caso de insólita rebeldía, Daciano mandó a los soldados que, extendida todavía sobre el potro, aplicaran hachones encendidos a sus virginales pechos para que pereciera envuelta en llamas. Al oír aquella decisión judicial, santa Eulalia contenta y alegre repetía las palabras del salmo: «He aquí que Dios me ayuda y el Señor es el consuelo de mi alma. Dad, Señor, a mis enemigos lo que merecen, y confundidles; voluntariamente me sacrificaré por Vos y confesaré vuestro nombre, pues sois bueno, porque me habéis librado de toda tribulación y os habéis fijado en mis enemigos». Y habiendo dicho esto, las llamas empezaron a volverse contra los mismos soldados. Viendo lo cual santa Eulalia, levantando la vista al cielo, oraba con voz más clara todavía diciendo: «Oh Señor mío Jesucristo, escuchad mis ruegos, compadeceos misericordiosamente de mí y mandad ya recibirme entre vuestros escogidos en el descanso de la vida eterna, para que viendo vuestros creyentes la bondad que habéis obrado en mí, comprueben y alaben vuestro gran poder».,-
Luego que hubo terminado su oración se extinguieron aquellos hachones encendidos que, empapados como estaban en aceite, debían haber ardido por mucho tiempo, no sin antes abrasar a los verdugos que los sostenían, los cuales, amedrentados, cayeron de hinojos, mientras santa Eulalia entregaba al Señor su espíritu que voló al cielo saliendo de su boca en forma de blanca paloma. El pueblo que asistía a aquel espectáculo, al ver tantas maravillas, quedó fuertemente impresionado y admirado, en especial los cristianos que se regocijaban por haber merecido tener en los cielos como patrona y abogada, una conciudadana suya.
Pero Daciano, al ver que después de aquella enconada controversia y que a pesar de tantos suplicios, nada había aprovechado, descendió del tribunal, mientras enfurecido, daba la orden de que fuera colgada en una cruz y vigilada cautelosamente por unos guardianes: «Que sea suspendida en una cruz hasta que las aves de rapiña no dejen siquiera los huesos.» Y he aquí que al punto de ejecutarse la orden, cayó del cielo una copiosa nevada que cubrió y protegió su virginidad. Los guardas aterrorizados la abandonaron, para seguir vigilándola a lo menos desde lejos, según se les había ordenado.
Tan pronto se divulgó lo acaecido por los poblados circunvecinos de la ciudad, muchos quisieron ir a Barcelona para ver las maravillas obradas por Dios. Sus mismos padres y amigas corrieron enseguida con gran alegría, pero lamentando al propio tiempo no haber conocido antes lo sucedido.
Después de tres días que santa Eulalia pendía de la cruz, unos hombres temerosos de Dios, la descolgaron con gran sigilo, sin que se dieran cuenta los soldados o guardianes; y habiéndosela llevado, la embalsamaron con fragantes aromas y amortajaron con purísimos lienzos. Entre ellos había uno, que dicen se llamaba Félix, que con ella había también sufrido confesando a Cristo, el cual con gran alegría dijo al cuerpo de la santa: «Oh señora mía, ambos confesamos juntos, pero vos merecisteis la palma del martirio antes que yo». Y he aquí que la santa le contestó con una sonrisa. Los demás, mientras la llevaban a enterrar, alegrábanse entonando cánticos e himnos al Señor: «Los justos os invocarán, oh Señor, y Vos los habéis escuchado, mientras les librabais de cualquier tribulación». Al oírse aquellos cantos, fue asociándose a la comitiva una gran multitud, hasta que con gran regocijo le dieron sepultura.

 

EL CULTO A SANTA EULALIA

Se desconoce, por desgracia, el lugar preciso en que fueron enterrados los restos de nuestra insigne joven mártir; pero puede darse por descontado que fueron sepultados en un cementerio cristiano contiguo a Barcelona, probablemente abierto a la vera de alguno de los caminos de acceso a la ciudad.
Muy pronto la jerarquía eclesiástica de Barcelona se aprestaría a reconocer de una manera oficial su glorioso martirio; pero hubo de transcurrir algún tiempo en espera de la instrucción de un meticuloso proceso, llamado entonces «vindicado», para cerciorarse y dar fe de que todas las circunstancias que habían concurrido en la captura, el interrogatorio y los sufrimientos de la santa, apartaban toda duda de que Eulalia había muerto dando auténtico testimonio de la fe de Jesucristo, como correspondía a quien había de ser venerada oficialmente por la Iglesia con el honroso título de «mártir».
Superada favorablemente con el auxilio de Dios aquella prueba, la autoridad eclesiástica de nuestra ciudad aprobó el culto a santa Eulalia de Barcelona. En consecuencia se tomaría inmediatamente el acuerdo de levantarle una capilla sobre su sepulcro para que sus reliquias, como preciosas joyas, no carecieran en adelante de estuche-reliquiario.
Y allá, en aquella quizás humilde iglesuca de campaña comenzó a reunirse el día 12 de febrero de cada año toda la comunidad cristiana de Barcelona, es decir, el obispo, el clero y los fieles para conmemorar con todos los honores el glorioso tránsito de su Eulalia, con una serie de ceremonias litúrgicas que entonces se llamaban «anniversarium». El núcleo central de estas ceremonias estaba constituido, como de costumbre, por la celebración de la santa Misa sobre el sepulcro de la mártir, solemnemente oficiada por el obispo que pronunciaba también el correspondiente Panegírico.
Gracias a este sermón episcopal se fueron perpetuando por tradición oral en Barcelona, las circunstancias históricas que habían rodeado los últimos momentos de nuestra celestial patrona. La cálida palabra episcopal suplía entonces la lectura de unas Actas escritas, que por otra parte no existían. Mas al correr de los siglos, cuando ya mediaba un buen trecho de tiempo desde aquellos gloriosos acontecimientos, sintióse la necesidad de grabar y fijar en letra la memoria de las hazaña de santa Eulalia para hacer imperecedero su recuerdo: nada más expuesto que confiar a la tradición oral de un pueblo sencillo y de fe ardiente, la narración de unos hechos pretéritos. Y las Actas aparecieron a mediados del siglo VII.
Sin embargo, no es que hasta este tiempo los historiadores carezcan de testimonios claros del culto que la santa recibiera en Barcelona: un autor del siglo VI, nos lo asegura desde Zaragoza, y la recensión galicana del Martirologio llamado Jeronimiano, compuesta alrededor del año 600, lo corrobora.
Mas, el culto a los mártires hispanos, tan floreciente y espléndido en los siglos IV y V había venido a languidecer en la segunda mitad del VI; habíale restado importancia la misma jerarquía eclesiástica, al darse cuenta de que tras él se amparaban algunos herejes para propagar sus pestíferas ideas entre el pueblo, al cual metían en confusión. Parece ser que también en Barcelona surtió efecto el canon 12 del concilio bracarense del año 587 que proscribía algunas de las manifestaciones del culto a los mártires, precisamente aquellas que iban más directamente al alma del pueblo cristiano.
Pero, pasado aquel peligro, fueron los mismos obispos quienes de nuevo impulsaron lo que antes habían prohibido. He ahí porque a mediados del siglo vil, en medio del resurgimiento del culto a los mártires españoles, iniciado y alentado por el IV Concilio de Toledo el año 633, reunido bajo la presidencia del gran san Isidoro de Sevilla, el culto a santa Eulalia recibió una poderosa inyección de vitalidad por obra y gracia de uno de los más esclarecidos obispos de la Barcelona medieval, Quirico (a. 656-666?).
El obispo Quirico, fue el fiel restaurador y hábil impulsor del culto que desde antiguo nuestra santa recibía de los barceloneses. Su labor no sólo se limitó a levantar un monasterio junto al sepulcro que santa Eulalia tenía en las inmediaciones de nuestra ciudad, sino que vino a perfilar la figura histórica que entonces la tradición transmitía aún de boca en boca, escribiendo las Actas a base de cuanto pudo recoger de labios de los barceloneses, componiendo un himno para que lo cantaran los sacerdotes y el pueblo junto al sepulcro, y redactando el texto de la misa que anualmente se rezaba para conmemorar sus gloriosas hazañas. No cabe la menor duda de que las tres piezas, Actas, Himno y Misa, son obra de la misma mano, fueron escritas por el obispo Quirico. Bajo su glorioso pontificado se desarrolló el período de oro de la historia del culto a santa Eulalia de Barcelona.
Sin embargo, como sucede en todas las cosas humanas, también el culto a santa Eulalia, debía experimentar su época de crisis. Durante los siglos VIII y IX, es decir, durante la ocupación árabe y el dominio de los francos en nuestra ciudad, aquel culto tan floreciente a mediados del siglo VII, vino casi a desaparecer. Si en Barcelona durante este calamitoso tiempo se celebró la conmemoración aniversaria, como parece desprenderse del hecho de citarse el nombre de Eulalia en los Martirologios Históricos de las Galias, desde el anónimo de Lyon (principios del siglo IX) hasta el de Usuardo (a. 875), esta conmemoración debió celebrarse con más o menos solemnidad, pero ciertamente fuera del lugar natural de su culto, la basílica cimiterial, desaparecida bajo la dominación agarena, y sin tener junto a sí las reliquias de la santa que o desaparecieron, o fueron cautelosamente puestas a salvo escondiéndolas a la morisma.
Sea lo que fuere, el caso es que el día 23 de octubre del año 877, el obispo Frodoino, que entonces gobernaba la diócesis de Barcelona, a instancias de Sigebodo, arzobispo metropolitano de Narbona, halló milagrosamente un sepulcro en la basílica de Santa María, antecesora de la actual Santa María del Mar, el cual, por determinadas circunstancias, se identificó enseguida con el de santa Eulalia. Trasladadas sus reliquias con inusitada solemnidad desde allí a la catedral barcelonesa, cuyos venerables vestigios han sido descubiertos bajo el pavimento de la calle de los Condes de Barcelona, fueron depositadas en una capilla secundaria de la misma, donde recibieron el homenaje del culto de toda la Ciudad Condal, hasta que se construyó la segunda catedral.
El fervor y entusiasmo que este Hallazgo y Traslación de reliquias despertó en Barcelona, bien pronto se comunicó a otras muchas iglesias, así de la península como lo atestiguan los calendarios mozárabes y demás libros litúrgicos, como de allende nuestras fronteras, a Francia y hasta la lejana isla de Creta.
En la segunda catedral barcelonesa, levantada por la generosidad del conde Ramón Berenguer y su esposa Almodis (a. 1058), las reliquias de santa Eulalia se colocaron delante de la capilla de la Virgen. Mas, al erigirse la tercera en el siglo xiv, que es la actual, pensóse ya en dedicarle expresamente una capilla y altar: pero dado que se proyectaba destinar a tal efecto la cripta, no pudo llevarse a cabo tal propósito hasta haberse terminado el macizo de toda la catedral. Mientras tanto las reliquias se veneraban en la sacristía, hasta que en 1339, una vez terminada la obra de la cripta, pudieron ser trasladadas a ella. El día 10 de julio del año 1339, después de una solemnísima procesión que recorrió las calles de la Barcelona medieval, a la que asistieron varios prelados, reyes, príncipes, nobles, los «concellers», innumerables clérigos y una gran multitud de fieles, entre cantos e himnos, los sagrados restos de la insigne Patrona de la Ciudad Condal, se depositaron en el monumental sepulcro tallado en alabastro por un artista pisano, que majestuosa-mente sostenido por ocho columnas, preside todavía hoy la cripta de la Santa Iglesia Catedral de Barcelona.
ÁNGEL FÁBREGA GRAU, Pbro.

Las notas históricas que anteceden fueron redactadas sobre los documentos más auténticos. La Vida y Martirio es un calco de los testimonios más antiguos que tenemos, los cuales fueron escritos en el siglo vil por el gran obispo de Barcelona, Quirico.

 

TRIDUO A SANTA EULALIA

PREPARACIÓN

Por la señal (+) de la santa Cruz de nuestros (+) enemigos líbranos, Señor (+) Dios nuestro. En nombre del Padre, y del Hijo, (+) y del Espíritu Santo. Amén.
A fin de que los piadosos ejercicios de este Triduo a santa Eulalia, sean bien recibidos por Dios a gloria de ella y provecho nuestro, purifiquemos nuestra alma de pecados y faltas, diciendo de corazón:
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, en quien creo, en quien espero, a quien amo más que a todas las cosas: me pesa de haberos ofendido por ser Vos quien sois, Bondad infinita; también me pesa porque podéis castigarme con las penas eternas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, y esperando en los méritos infinitos de vuestra preciosa Sangre, propongo no volver más a pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me sea impuesta. Amén.

HIMNO

Virgen Mártir Santa Eulalia: sois rubí y temprana flor. Dad valor a nuestras preces tanto como podéis vos.
Pues sois lirio en Barcelona de una heroica intrepidez, en las luchas de esta vida la virtud fortaleced.
Oh Dios, trino en las personas y solo en vuestra unidad: al venir a Vos confiados nuestra oración escuchad.

CONSIDERACIÓN PARA EL PRIMER DÍA. Vida modélica y apostólica de Santa Eulalia

Cuando, justamente maravillados de la admirable fortaleza que mostró santa Eulalia en su glorioso martirio, fácilmente nos inclinaríamos a decir que todo
aquello no fue otra cosa más que un milagro obrado por Dios en aquella muchacha, es preciso rectificar en seguida nuestra momentánea impresión, pensando que precisamente Nuestro Señor le dio aquella formidable intrepidez porque se la tenía ya merecida por anticipado con la plena cooperación que prestó a la divina gracia durante toda su vida, ciertamente corta, pero tan santamente llena como si hubiera vivido muchos años.
Pensemos, pues, que al punto que llegó a ser una cristiana consciente, y viviendo, como vivía, en pleno campo, en su casa paterna, debió darse cuenta muy pronto de la obra conservadora del Divino Creador, revelada en los variados espectáculos de la naturaleza, de los cuales seguramente debía servirse santa Eulalia para ver y adorar la omnipotencia y la bondad de Dios en todas las cosas.
Viviendo, además, en familia —donde, por el ambiente de franqueza que le es propio, puede decirse que todos, si queremos, podemos hacernos el mejor laboratorio de santidad— pensemos de que manera Eulalia pondría en práctica aquella santa violencia que es la auténtica virtud, frenando muchas veces un capricho del momento, otras un impulso del amor propio exagerado, sujetándose siempre dócilmente a la obediencia respetuosa y total de sus padres tan queridos.
Preparada, pues, de esta manera el alma de nuestra santa, se comprende cómo debía orar durante los largos ratos de comunicación con Dios. ¡Qué oración la suya, tan luminosa por la fe, como ardiente por el amor! Y puesto que el amor es de suyo difusivo, adivinamos el intenso y cordial apostolado que la santa ejercía con sus amigas que ella guiaba por el camino del cielo. ¡Cuán modélica y apostólica es la vida de santa Eulalia!
¿Y la nuestra? ¿Nos parecemos, en la manera de actuar en nuestros ambientes, con esta santa muchacha de Barcelona? Si nos comparamos con ella, ¿en qué punto nos hallamos del camino de la virtud? ¿Son iguales nuestras oraciones a las suyas? Y, sabiendo que un alma no se salva sola, ¿hacemos siempre y en todo lugar obras de apostolado, llevando a cabo, si no otro a lo menos el del buen ejemplo?
Meditémoslo ahora un poco, así por amor a la santa como para nuestro mayor provecho.

CONSIDERACIÓN PARA EL SEGUNDO DÍA. Lucha dura y nobilísima de Santa Eulalia

Después de unos cuantos años de entrenamiento continuado en la gimnasia espiritual de una vida virtuosa en grado sumo, y cuando ya el espíritu de santa Eulalia hubo adquirido el temple necesario para lo que la tenía escogida Nuestro Señor, Él mismo, con sus designios providenciales, permitió que llegara a Barcelona el más feroz de todos los prefectos del Imperio Romano que perseguía por todas partes a los seguidores de Jesucristo.
En aquella ocasión, pues, la santa inspirada por Dios, salió de su casa una noche con el mayor sigilo, a fin de ir muy de madrugada al encuentro de Daciano para echarle en cara sus injustos actos persecutorios. Y he aquí que cuando aquel inhumano prefecto le preguntó quién era, santa Eulalia, con voz serena
y majestuosa le respondió que era una seguidora de Jesucristo.
En castigo, la azotan inmediatamente sin piedad; pero, entre los golpes horribles de los azotes, va repitiendo con insistencia su declaración de cristiana. Torturan con garfios su tierno cuerpo, y le arrancan las uñas; mas ella, con una sonrisa inalterable, continúa loando a Dios, diciendo a Daciano que Nuestro Señor está a su lado confortándola.
Rabiosamente avergonzado, manda el prefecto que extiendan a Eulalia sobre el potro y que froten sus llagas vivas con teas encendidas; mas, milagrosamente, el fuego se vuelve contra los verdugos, mientras los circunstantes pueden ver el alma de la mártir barcelonesa que en forma de paloma se remonta hacia el cielo.
Ahora, pues, al contemplar en esta meditación la lucha dura y nobilísima de santa Eulalia, preguntémonos útilmente: ¿Es nuestra fe tan firme como para arrostrar el martirio si fuese necesario? ¿No fallarían nuestras convicciones cristianas ante el hecho de una terrible persecución? ¿Dejamos incompletos nuestros deberes religiosos delante de un pequeño obstáculo o sacrificio, quizá insignificante? ¿Qué podemos esperar de nuestra firmeza, si nos asustamos a veces por miedo al qué dirán? ¿Dejamos de practicar la virtud delante de una posible sonrisa de escarnio, o por temor a unas palabras de crítica? ¿Qué nos enseña santa Eulalia?
Meditémoslo ahora un poco, así por amor a la santa, como para nuestro mayor provecho.

CONSIDERACIÓN PARA EL TERCER DÍA. Triunfo, gloria y poder de Santa Eulalia

La muerte cruenta con que acaba el martirio, es vista siempre por los necios como un aniquilamiento total del que no queda ni siquiera el recuerdo; sin embargo, mientras el cuerpo de los mártires cae en tierra entre polvo y sangre, sus almas reinan ya en la paz celeste con perenne triunfo. Así aconteció con santa Eulalia, como se vio milagrosamente; pues cuando Daciano —moralmente vencido al comprobar que el amor sobrenatural de la virgen barcelonesa era más fuerte que la muerte— mandó rabiosamente que la desnudaran y que fuera colgada en una cruz en un lugar público, cayó milagrosamente una nevada, estando el cielo sereno, y con tal abundancia que vistió de blanco el cuerpo purísimo de la gloriosa mártir. Aquel milagro fue una revelación visible de la gesta triunfal llevada a cabo por santa Eulalia con su heroica muerte. Así lo declaraba el mismo Dios.
Y si su triunfo fue tan espléndico, ¿cuál no será su gloria allá en el cielo? Si allí arriba se da a cada santo el resplandor que le corresponde, los mártires reciben el más deslumbrador, porque están en primera fila, de manera que el fulgurante cimbrear de sus palmas señala el ritmo alegre de los cánticos celestes.
Y además de esto, podemos considerar que las almas de los mártires, que en su corona ostentan entremezcladas las rosas encendidas del martirio y los lirios de su virginidad, son las almas que rodean a Jesús, el Cordero Inmaculado, formando una aureola viviente; y, cortesanas de Él tan queridas, le acompañan a todas partes. Así está nuestra santa en su gloria.
Y siendo santa Eulalia tan amada de Jesús, ¿cuál no será su poder de intercesión junto a Él, en favor nuestro? Alegrémonos, ya que este poder que nuestra Santa tiene en el cielo junto a Jesús, será con toda seguridad para provecho de nosotros, si con el amor y la imitación, ganándonos su corazón, conseguimos de ella las gracias que necesitamos.
Ahora, pues, preguntémonos sinceramente: ¿Somos verdaderamente devotos de santa Eulalia? ¿Sabemos ganarnos su corazón imitando sus ejemplos? ¿Imploramos a menudo su ayuda para que nos alcance la gracia de salir triunfantes en la tierra y ser gloriosos en el cielo?
Meditémoslo ahora un poco, así por amor a la santa, como para nuestro mayor provecho.
Admirando las excelsas virtudes de santa Eulalia y agradeciendo a Nuestro Señor que en la vida de ella podamos constatar unos ejemplos tan edificantes, ahora, tal como nos lo enseña nuestra Santa Madre la Iglesia, hagamos, con devoción y confianza la siguiente

ALABANZA Y SÚPLICA

V. Sois graciosa y valerosa, santa Eulalia tan hermosa.
R. Sois graciosa y valerosa, santa Eulalia tan hermosa.
V. Y creciendo en santidad, triunfa vuestra heroicidad.
R. Sois graciosa y valerosa, santa Eulalia tan hermosa.
V. Admirándoos a vos, glorificamos a Dios.
R. Sois graciosa y valerosa, santa Eulalia tan hermosa.
V. Dios se hizo en vos presente.
R. Y se mostró omnipotente.
Oremos: Oh Dios, que nos alegráis con la solemnidad del martirio de vuestra Virgen y Mártir santa Eulalia, concedednos propicio que por sus gloriosísimos méritos sepamos aprovecharnos de las cosas de este mundo y consigamos los bienes del cielo que tanto deseamos. Por Cristo Señor nuestro.
R. Amén.

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